¿Para qué sirve la UNESCO? En el contexto actual esta pregunta toma especial relevancia. Echemos una mirada al pasado. Esta agencia dependiente de la ONU, con sede en París, surgió en 1945 de los escombros de la Segunda Guerra Mundial pretendiendo ser un foro internacional para contribuir a la paz y la seguridad en el mundo mediante la educación, la ciencia, la cultura y la comunicación.

 

La idea sonaba genial. Con el impulso de Francia y Reino Unido, 37 países firmaban la constitución que marcó el nacimiento de la UNESCO, destinada a fortalecer los lazos intelectuales y morales a nivel planetario para impedir el estallido de un nuevo conflicto bélico. Desde el principio se hizo hincapié en la “dimensión universal” del proyecto.

 

Hasta aquí las intenciones, nadie puede poner en duda su nobleza. El ideal atraía como un imán. Hoy, 195 países y 10 miembros asociados pertenecen al organismo en cuestión. Cualquier observador moderadamente avezado se da cuenta que al igual que la ONU, su casa matriz, la UNESCO no actúa siempre como un actor independiente en la política internacional, opera como un instrumento de sus Estados miembros. Durante la guerra fría entre la URSS y Occidente, por ejemplo, se vino abajo la ilusión de aliarse colectivamente para castigar a los agresores. El mundo se dividió en dos bloques ideológicamente opuestos: el que era tildado de agresor por un bando se erigía como héroe en el bando rival.

 

Cambió radicalmente la situación internacional. Aparecieron guerras de otro tipo, una paleta de grises ocupa hoy la antigua confrontación total o la política de blanco y negro. Con todo, sería injusto negar el gran poder de convocatoria y legitimación de la UNESCO, acusada mil veces de corrupción, desvío de fondos y falta de credibilidad.

 

Hace unos días, para sorpresa de todos, Estados Unidos anunció que abandonará el organismo por “el continuo sesgo anti Israel”, y algo más: el carácter obsoleto de la agencia que a sus más de 70 años de edad necesita urgentemente reformarse. El gesto de Washington entusiasmó tanto al Gobierno israelí de Benjamin Netanyahu que horas más tarde tomó la misma decisión. Para Israel, socio inquebrantable de Estados Unidos, la UNESCO “se transformó en un teatro de absurdo donde se deforma la historia en lugar de preservarla”. ¿A qué se refería con esta frase el primer ministro Netanyahu? Sin duda a dos hechos que desataron su ira: el reconocimiento, en julio pasado, por parte de la UNESCO del Casco Antiguo de Hebrón -la segunda ciudad más sagrada de los judíos- como Patrimonio de la Humanidad palestino en peligro, y, hace seis años, la entrada a la UNESCO de Palestina como miembro de pleno derecho.

 

La búlgara Irina Bokova, directora general saliente del organismo, no tardó en lamentar la salida de Estados Unidos, en su opinión un duro golpe para el carácter universal y para el multilateralismo en un momento de grandes desafíos para la paz mundial, como la amenaza terrorista.

 

No es la primera vez que la Casa Blanca le da un portazo a la UNESCO. En 1984, el presidente Ronald Reagan retiró su país de la organización porque ésta se mostraba hostil, según Washington, al libre comercio y la libertad de prensa. La Unión Americana volvió al seno de la UNESCO tras 19 largos años de ausencia, en 2003.

 

Entre 2003 y 2011, Estados Unidos encabezaba la lista de los países que más aportaban al financiamiento de esta organización de la ONU, 23%, por delante de Japón y Alemania. Después de la aceptación de Palestina como miembro, en 2011, Washington suspendió los fondos que entregaba a la agencia con sede en París. Estamos hablando de 80 millones de dólares anuales.

 

Hoy, la UNESCO se enfrenta a una de las peores crisis de su historia, no sólo presupuestaria. El mundo actual no se parece en nada al de 1945, cuando las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial diseñaban el futuro mapa geopolítico del planeta. Ahora tenemos nuevos superpoderes en varios continentes, no sólo en Europa y en América del Norte. Las instituciones globales parecen haber perdido importancia para las potencias actuales, ansiosas de actuar de manera más independiente.

 

Próximamente tomará las riendas de la UNESCO la ex ministra francesa de Cultura, Audrey Azoulay. En la carrera final por la jefatura del organismo la gala se impuso por sólo dos votos a su rival qatarí, Hamad bin Abdulaziz Al-Kawari. Azoulay es hija de una familia de banqueros judíos originarios de Marruecos.

 

 

 

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