En la actualidad no hay grupo más triste y desanimado que el de los priistas; estén en el gobierno, sean políticos de alcurnia o militantes de bases, todos están que no los calienta ni el sol porque no ven cómo repetir en Los Pinos, y son los primeros que auguran una derrota para su partido en las elecciones presidenciales de 2018.

 

Cada priista es un mundo de opiniones y análisis que explican la debacle electoral de este año, la crisis económica, el caos en seguridad, pero lo increíble es que todos coinciden en un factor determinante: las malas decisiones de Enrique Peña Nieto, y la primerísima es haber designado como miembros de su equipo a personajes que no cumplen con el perfil ni la capacidad de resolución, y mucho menos la sensibilidad requerida para cumplir con sus encargos.

 

Un ejemplo de esas decisiones del Presidente, consideradas como erradas e impopulares entre sus propios correligionarios, es el propio presidente del Partido Revolucionario Institucional, Enrique Ochoa, a quien los priista de todos los niveles ven como lejano a la militancia y ajeno a la operación político-electoral, lo que los hace dudar de que entregue buenas cuentas en 2017, y menos en 2018.

 

En los desayunaderos, el Congreso y en el propio Gobierno federal, los políticos, legisladores y funcionarios aseguran que estaban cantadas las derrotas en los relevos para las gubernaturas de este año, pues la militancia priista ya no está respondiendo con la disciplina de antaño ante los dedazos de Los Pinos y los gobernadores en la postulación de candidatos, razón por la cual muchos retiraron su apoyo a candidatos a los Ejecutivos estatales con los que no se identificaban y a los que no reconocen trabajo, trayectoria y arraigo.

 

Por éstas y otras razones, se ve que al PRI, eso de selección y postulación del candidato presidencial del tricolor, se le va a salir de las manos a Enrique Peña Nieto, simplemente porque los priistas están muy enojados y frustrados ante la forma en que se ha conducido la política partidista en su administración.

 

Al inicio del sexenio adelantaba que el nuevo presidente Peña debía basar su acción de gobierno en la reparación de errores de sus antecesores del Partido Acción Nacional, como la guerra de Felipe Calderón o la fallida y entreguista a Estados Unidos política exterior de Vicente Fox, la restauración del poder de control político del PRI, y los estados a manos del Presidente, y la renovación del sistema político, y la innovación en la forma de hacer gobierno y el sistema político. Hasta el momento no se ha visto nada de eso; más bien, todo lo contrario. Y el cobro de factura comenzó este año y seguirá en 2017, y las presidenciales de 2018.