Nuestra Tierra común, este querido planeta está cada vez más enfermo. Como todo enfermo avisa. De hecho, lleva ya mucho tiempo advirtiendo que le estamos haciendo daño, que no le cuidamos, que cada vez nos importa menos y lo esquilmamos más, que nos bebemos su sangre a modo de petróleo y gas sin hacerle transfusiones, que deforestamos sus bosques y no le dejamos respirar, que destruimos la capa de ozono, su dermis que nos cuida de los factores exógenos del espacio. Pero nada; el ser humano, el máximo depredador del reino animal, ensimismado en su egoísmo y su egolatría continúa dándole patadas a un enfermo que ha entrado en agonía.

 

Recientemente un gigantesco iceberg, de dimensiones superiores a Madrid, con cinco mil 800 kilómetros cuadrados y un peso de un billón de toneladas, se resquebrajó de sus propias entrañas en el corazón de la Antártida. Fue otro aviso. El paciente está muy enfermo, y es urgente una cura de inmediato.

 

Ha habido varios intentos con el objetivo de poner de acuerdo a los gobernantes del mundo para responsabilizarse y cuidar del planeta. Si no lo hacen, estamos abocados al averno.

 

Está claro que el aumento de las temperaturas en la Tierra, con esos veranos que se alargan hasta bien entrado el otoño, no es más que responsabilidad del hombre; que la capa de ozono nos la estamos cargando, que el negocio del petróleo y del gas a base de esquilmarlo son las consecuencias de dejar sin sangre al planeta. Pero da igual. Somos demasiado ególatras y cortoplacistas como para ocuparnos de la Tierra.

 

Yo me pregunto si no les dará vergüenza a los gobernantes del mundo ver cómo un gajo de iceberg se desgarra de las entrañas de la Antártida gracias a la podredumbre del ser humano.

 

Entonces, para expiar sus culpas, escenifican reuniones de Jefes de Estado clamando por soluciones multilaterales y llenan los documentos de palabras rimbombantes y se dan abrazos porque dicen que la van a curar. La última Cumbre del Clima fue en París. Allí, 195 países firmaron y se comprometieron a que la temperatura del enfermo no seguiría subiendo, porque los polos se están derritiendo con las consecuencias indeseables que acarrean.

 

Pero como escribían los clásicos, querido lector, “largo me lo fiais”. Se comprometían a llevar a cabo dichos acuerdo, pero a partir de 2020.

 

Sin embargo, la Tierra sigue agonizando. ¿Para qué esperar tres años? ¿No será que se han comprometido a hacer un desembolso anual de cien mil millones de dólares y les duele rascarse el bolsillo?

 

Y mientras el mastodóntico iceberg va a la deriva, mi querido Donaldo Trump ya dijo, hace semanas, que salía de los acuerdos de París. ¡Vaya hombre! ¡Cómo no iba a dar la nota Donaldo otra vez!

 

Para él todo esto del clima son pantomimas y sensiblerías y va culpando a los otros como a China de que no es si un señuelo para debilitar la economía estadounidense y, por lo tanto, el desempleo en su nación.

 

¡Qué cosas!

 

Por cierto, sólo quería recordar que con diferencia Estados Unidos es el país que más contamina del mundo. Los Presidentes anteriores –Clinton, Bush, Obama– hicieron al menos el paripé de solidarizarse con el resto de las naciones hacia un tema tan serio.

 

Pero Donaldo es mucho Donaldo. ¿Cómo va a rebajarse a eso de la “enfermedad” de la Tierra?, ¿qué es el efecto invernadero para Donaldo? Y, ¿la capa de ozono?

 

Con su falta de preparación intelectual, a lo peor piensa que son títulos de dos películas. Él, eso, a su rollo.

 

Pero la Tierra no perdona. Se está muriendo. No olvidemos que comienzan los estertores. Sin embargo, como los toros, podría morir matando.

 

caem