“No estoy completamente despreocupada. Tenemos una sensibilidad mucho más alta, por medio de la discusión en el G-20, de la manipulación cambiaria o la influencia política”, dijo la canciller alemana, Angela Merkel, el jueves pasado en el Foro Económico Mundial que se celebró en Davos, Suiza.

 

Merkel puso el dedo en la llaga de un debate que no es nuevo, pero que se ha intensificado en las últimas semanas. ¿Cómo están influyendo los gobiernos de los países desarrollados, urgidos de ganar competitividad con sus exportaciones, para aliviar a sus atribuladas economías vía el comercio internacional?

 

Las acusaciones recientes se han elevado de tono. Allí están las declaraciones de la alemana Merkel que reclama al gobierno japonés de manipular el valor del yen que se ha depreciado recientemente frente al dólar. De octubre a la fecha el yen japonés se ha devaluado poco más de 13% frente al dólar estadunidense. Angela Merkel hizo eco de las declaraciones recientes del presidente del Bundesbank alemán, Jens Weidmann, quien acusó a sus homólogos del Banco de Japón de politizar su toma de decisiones sobre el tipo de cambio.

 

Pero las acusaciones no sólo van en dirección del país del sol naciente. Desde hace una década, el gobierno chino ha sido acusado de sostener un crecimiento galopante de su economía a través de una paridad cambiaria “politizada” que, consistentemente, ha mantenido una moneda devaluada frente a las principales divisas del mundo, y, hay que decirlo, con una cierta y conveniente tolerancia política del gobierno de Estados Unidos.

 

Buena parte del debate de fondo en Davos se refirió a cómo la crisis económica ha sometido la política global de los bancos centrales a las urgencias de sus gobiernos y de sus políticos. Bancos centrales mucho más politizados que en los años previos de la crisis.

 

La receta parece fácil de un primer vistazo: devaluar la moneda local para recuperar las ventas en divisas en el exterior, a la vez que se disminuyen las deudas nominadas en moneda local. Una solución de primaria que parece resolverlo todo con liviandad, pero que trae aparejado una pérdida de credibilidad entre las naciones que sólo puede derivar en mayores riesgos y en el debilitamiento de los cimientos del comercio mundial.

 

Una guerra, pues, en la que todos pierden en el mediano plazo.

 

En todo esto es preocupante el saldo de pérdida de márgenes de decisión en los dictados de los bancos centrales, en los que muchos de ellos se han convertido en apéndices de las políticas de los gobiernos; sacrificando la confianza de los mercados y de los ciudadanos en sus decisiones.

 

Una situación así no es ajena en México y allí está la crisis financiera que estalló en 1994 para testimoniarla.

 

La guerra de divisas que ya se observa en los mercados no es una advertencia a tiempo, es una descripción de lo que viene ocurriendo con las principales divisas del mundo y de sus efectos sobre las economías emergentes como la nuestra.

 

Por eso es probable que el peso continúe revaluándose en las próximas semanas frente al dólar, con una política cambiaria que se ha definido como de libre oferta y demanda y que -teóricamente- debe alejarse de las tentaciones de la manipulación.

 

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