Empezaba el siglo y Los Soprano, la serie sobre un clan mafioso de Nueva Jersey, rompía récords y paradigmas. Se me ocurrió entonces decirle a un amigo, notable guionista, algo como: “Deberíamos hacer una versión mexicana”. No estaba seguro de que un proyecto de ese tipo fuera a triunfar ante las multitudes. Intuía que sí. Sobre todo, me parecía que nos daba oportunidad de hablar sobre México. Fue Francis Ford Coppola mismo, me parece, el que dijo que El Padrino era mucho más que una historia de la mafia: era una historia de Estados Unidos. Yo no llegaría tan lejos como a limitar la realidad de un país al fenómeno del crimen organizado, pero es cierto que el género de gángsters, desde que nació en el Hollywood clásico, ha ofrecido un buen punto de mira para entender, retratar, metaforizar y hasta satirizar el mundo. Los Soprano, obra maestra, era un ejemplo más.

 

En eso pensaba y en el crimen organizado a la mexicana, que aún no entraba en esta espiral de locura sangrienta pero que estaba a punto y desde luego ya constituía una amenaza más que considerable. Eran todavía los tiempos en que los grandes capos se contaban con los dedos de una mano y la mitad de la otra. Ya saben: el Chapo, Amado Carrillo, el Güero Palma y unos cuantos más. Me parecía un buen momento para hacer una de esas sagas familiares que pusieran la lupa en el horror de ese universo, en sus vínculos con la política, el aparato de seguridad, Colombia, Estados Unidos.

 

Mi amigo estuvo de acuerdo, pero dijo, creo que con razón, que nadie en este país produciría o programaría semejante serie. Hoy, tras La reina del sur, El señor de los cielos, El patrón del mal, Narcos y las que quieran, mexicanas o foráneas, sobra decir que el panorama cambió.

 

Pienso ahora en este fenómeno mientras no logro despegarme de la pantalla por culpa de El Chapo, la serie de Netflix sobre el capo sinaloense que tan hábilmente dirige Ernesto Contreras. Me parece que significa la graduación mexicana en el género de la serie, no ya de la telenovela. Buena la factura, sólidas las actuaciones, bien caminadito el guion, con diálogos sugerentes, rápidos, profundos. Y con una subtrama complotista, claro. No la compro: no creo que las altas instancias de gobierno hayan cobijado a ciertas facciones del narco, ni que éste haya sido controlado por el ejército (disculparán el spoiler). Pero la entiendo y aplaudo como parte del género.

 

El Chapo es televisión bien hecha. Eso ya es mucho. También una mirada inquietante sobre México.

 

caem