Al llegar a Shoreditch pensé en el Meat Packing District de Nueva York y en la Roma de la Ciudad de México. Las calles huelen a sucio, a sudor, a borrachera, a humedad. Al salir de las oficinas, decenas de trabajadores se quitan el traje o los tacones y se ponen short y unos buenos tenis para correr. Todo lo guardan en un backpack y se echan a trotar de regreso a casa, evitando el tráfico y aprovechando el fin de la jornada para ejercitarse y sacar la tensión.

 

Los cortes de cabello en esta zona cuestan arriba de 100 libras. Claro, traer una de estas obras en la cabeza, como muchos de los que pasan frente a mí, da cuenta de un segmento de la población globalizada que marca lo que hay que hacer en caso de querer ser admirado. Los tatuajes de raya gruesa, old school, separan a los viejos de los jóvenes (los jóvenes con sus marcas de sombras a color que semejan más un cómic o una obra de arte ininteligible, que marcas de vida en líneas reventadas que reflejan un momento de vida que tiene un significado que nunca se hará público).

 

En esta zona de Londres, una tienda Urban Outfitters compite con una All Saints, en tamaño y luces en el aparador, en productos y gritos de lo último de la moda. Decía que este lugar me recuerda esa zona de Nueva York que tiene hoteles, bares y restaurantes en los que todo el mundo dice haber estado a la menor provocación (y saben que decir que les encantó Times Square es poco sofisticado). Me recuerda a la Roma porque veo a los chicos tratando de lucir como punks y en el fondo de su mirada se ve desde lejos que son vegans y que hasta la marca del agua que toman tiene sentido en su vida (sin pensar en ellos como straight edge, claro).

 

Todos vestidos igual que aquí, en Nueva York, o California, en la Condesa, con las mismas prendas que salen del Urban Outfitters, para los que tienen un ingreso medio, o del All Saints, si tienen dinero suficiente para vestir lo mismo que las estrellas de rock que pasan en MTV cuando el canal de música, pone música, en lugar de pasar reality shows de mal gusto con los que buscan convencer a los adolescentes de que no pensar o pretender será muy pero muy estúpidos, es lo aceptado en el norte de América como lo correcto, como lo cool, a secas.

 

Digo todo esto porque en medio de las galerías de arte, oficinas, restaurantes y pubs que se construyeron dentro de las estructuras de viejas fábricas y talleres abandonados, está el Hoxton hotel. Ahí tuvo lugar una reunión de expertos en ciberseguridad, organizada por Eugene Kaspersky. Me sentí muy viejo, en medio de los chicos británicos, franceses y alemanes tomando sus cervezas en el bar del hotel, vistiendo las prendas que lucen los aparadores de las boutiques de este barrio.

 

hoxton

 

Me sentí viejo porque ahí estaba Sergey Golovanov y Morgan Marquis-Boire, luciendo un outfit ciberpunk de los 80: cabello largo, tatuajes tribales, playeras de bandas industriales y pantalones cargo con botas negras de obrero de gruesa suela. Mis amigos brasileños (Bruno Ferrari), rusos, australianos, estadunidenses, malasios, portugueses y de la nacionalidad que imaginen, todos reunidos hablando de espionaje y de lo que nos había pasado en los últimos años (años sin vernos).

 

Poniéndonos al día y reparando en el hecho de que de Snowden para acá, el mundo se dio cuenta de que somos espiados todo el tiempo. En resumen, después de horas de charlas y varias cervezas, aceptamos que no hay forma de evitar ser espiados si usamos computadoras o celulares (incluso si compramos un Blackphone). Somos públicos para el que pueda pagarlo. Nada es privado, nada se puede ocultar, a pesar de hacerle como Spider Jerusalem, dejar todo en algún momento de la vida e irnos a vivir a la montaña (algo que ni él pudo hacer toda su vida).

 

Paradojas de la vida, nosotros discutiendo cómo ocultarnos, cómo hacer para que nadie sepa lo que hacemos, lo que nos gusta, lo que charlamos. Mientras el mundo entero, ellos, los de alrededor, desean fervientemente no dejar de ser públicos, de ser trending topic, de ser populares, reconocidos, de traer lo que todos traen, de ser iguales, como cortados por la misma tienda, por el mismo canal, ser aceptados y queridos. Ser iguales, pretendiendo ser diferentes. Nosotros, los de la vieja guardia, preferimos estar lejos del like, del comentario fácil o de las masas. Pero aceptamos que nuestra revolución hoy, ya es mainstream.