La realidad virtual dominó en la feria de tecnología de Las Vegas, el International CES 2015, que se llevó a cabo hace un par de semanas y que sirve como punto de partida para el lanzamiento de todas las nuevas tecnologías que despertarán nuestras necesidades. Al menos eso es lo que desean los directivos que se presentan cada año para darnos una probadita de lo que el futuro nos depara.

 

La realidad virtual te hipnotiza, de pronto te hace sumergirte dentro de un videojuego, en medio de una balacera en donde tienes los poderes de las estrellas de The Matrix o en una butaca del Cirque du Soleil. También te permite observar un auto que no está ahí, meterte a él y revisar su interior, o aprender a manejar una gran máquina sin temor a sufrir un accidente.

 

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Lo que temo es que dentro de unos años comencemos a vivir la adicción a la realidad virtual. No exagero al decir que muchos de los asistentes al CES se quedaban pasmados en el otro mundo de inmediato. Se enganchaban con esa realidad alternativa que les daba placer inmediato. Tardaban en dejar los googles para que otro los usara. Las largas filas para probar esta tecnología se hacían cuando algunos no deseaban regresar a la realidad, su realidad.

 

Hace un par de años escribí una columna sobre un libro que muchos de mis amigos me recomendaron: Ready Player One, la novela de Ernest Cline.

 

Decía: Si viviste los 80. Si quieres saber por qué tanta fascinación hoy por los 80. Si eras fan del Atari. Si conoces las películas y series y música de los 80. Y si eres hoy fan de los videojuegos, entonces seguramente te atrapará la historia de James Halliday, el mundo virtual Oasis y un joven que nos sumerge en su mente a partir de su experiencia en un futuro cercano saturado de tecnología y miseria.

 

“A mí me introdujeron en Oasis en un estadio temprano, porque mi madre lo usaba de niñera virtual”, escribe Cline en las primeras páginas. “Tan pronto como estuve lo bastante crecido para llevar visor y guantes táctiles, mi madre me ayudó a crear mi primer avatar en Oasis”.

 

Más adelante da más pistas del mundo virtual: “Oasis también era la mayor biblioteca pública del mundo, donde incluso un niño miserable como yo tenía acceso a todos los libros escritos en el planeta, a todas las canciones grabadas, y a todas las películas, series de televisión, videojuegos y obras de arte creadas”.

 

Les decía en la revista Central que la historia gira en torno al creador de este sistema, quien muere y deja un rabbit hole –de esos que hoy lanzan las agencias de publicidad y grupos de rock como NIN– para que se sigan las pistas que escondió y se consigan las llaves que dan acceso a cualquier mortal a su herencia millonaria.

 

En medio de un Estados Unidos decadente y pobre da cuenta de que los 80 fue una mejor época que el futuro de orden y progreso que nos prometieron los geeks de los 90 en adelante. Las claves del problema para hacerse millonario están precisamente en la cultura popular de los 80, precisamente una época que hoy los geeks resaltan como su etapa de transición entre el poder que tenían en las aulas, y la toma de los negocios del mundo real.

 

Resumía que no daría más detalles del libro para que se atrevieran a leerlo sin prejuicios por la cultura popular o un tipo de literatura no considerada como culta. Al final de cuentas, creo que esa novela nos da mas pistas sobre el futuro que muchos de los ensayos de intelectuales arrogantes que piensan en un mundo sin autos, ni contaminación, en donde la gente sólo come vegetales para no hacer sufrir a los animalitos y el cine de arte es la única diversión a la que se pueden rebajar. Y recuerdo esto porque me enteré de que Cline está escribiendo la segunda parte de este oscuro y sucio futuro en el que el único bálsamo es la realidad virtual, la misma que buscaban como droga muchos de los asistentes al CES.