Finalmente, la Comisión Nacional de Injusticia, perdón, de Justicia Partidaria del PRI inició el proceso de expulsión del gobernador de Veracruz, Javier Duarte, y su pandilla, argumentando que las denuncias y escándalos (de corrupción) que pesan sobre él son graves y afectan la imagen del partido.

 

“¡Quién los entiende!” exclaman los perplejos. Los mismos priistas que decidieron “echarlo” dijeron en diversas ocasiones “estar dispuestos a meter las manos al fuego” por el gobernador; hablaron linduras de su persona y hasta dijeron que el PRI estaba orgulloso de su actuación; que el priismo en la entidad estaba más vivo que nunca porque el gobernador se había comprometido con lealtad y sobre todo con ho-nes-ti-dad (así, deletreado para que no existiera duda) en hacer las cosas bien. ¿Y hoy se dicen sorprendidos por los actos de corrupción que cometió  junto con sus secuaces en los seis años de gobierno? ¡La hipocresía, la hipocresía!

 

Lo que nadie puede negar, porque está documentado, es que desde el 27 de marzo de 2010, cuando fue designado candidato del PRI, Javier Duarte resultó objeto de fuego amigo y enemigo. El “compañero” Fidel fue el primero en denostarlo cuando declaró a un grupito de periodistas que le había costado trabajo “desapendejarlo”. Ese tipo de ataques se mantuvieron durante la campaña electoral y arreciaron después de que ganó la elección, y “de ahí pa’l real”.

 

Por supuesto que Duarte y su pandilla dieron suficientes motivos para que los trataran como delincuentes. No vamos a referirnos a todas y cada una de las supuestas pillerías y corruptelas que cometieron porque son bastantes, pero la de los 25 millones de pesos, contantes y sonantes, que en 2012 “aparecieron” en un avión oficial jarocho en el aeropuerto de Toluca, dizque para pagar las fiestas de La Candelaria y algunos otros saraos para solas y esparcimiento de la sociedad de Tlacotalpan y anexas, “no tuvo madre”, diría Nelson, y debió ser motivo suficiente para meter a la “banda jarocha” al bote.

 

Lo que no se explican los analistas bisoños es por qué si desde 10 meses antes de las elecciones del 5 de junio pasado, los “astros políticos” estaban alineados para que Duarte de Ochoa se fuera a su casa o a Reno, nadie se atrevió a separarlo de su cargo, y hoy los integrantes de la Comisión de Injusticia, perdón, de Justicia Partidaria presumen que la cuasi expulsión de aquél es un hecho sin precedente que corresponde al compromiso de Enrique Ochoa por garantizar la legalidad y combatir la corrupción en las filas del tricolor. “Es la primera ocasión en que a un gobernador en funciones se le suspenden sus derechos partidarios”, dijeron. ¿Y…?

 

Agenda previa

 

Pues según el secretario de Economía, Ildefonso Guajardo, México está preparado para “hablar con el diablo”, si el candidato republicano Donald Trump se convierte en Presidente de Estados Unidos. “Si tenemos que hablar con el diablo para garantizar la seguridad de los mexicanos, México hablará con el diablo”, reiteró.

 

Los perplejos preguntan: ¿realmente Lucifer podrá salvarnos de las garras de Trump? ¿Se le olvida a Guajardo que el diablo es “el padre de los mentirosos”, como lo calificó el papa Francisco? ¿No sería mejor que en lugar de pedirle ayuda al demonio, México estuviera profundamente decidido a dar la pelea con inteligencia, con audacia, con patriotismo, con sentido práctico? Así que Ildefonso, Claudita, Luisito (quien fue el que echó a andar a Trump) y todos los funcionarios que tienen vela en el asunto, pongan a trabajar las neuronas en lugar de decir tantas sandeces.