En los años 90 el proceso de “certificación” que cada año realizaba el gobierno de Estados Unidos para evaluar la guerra contra las drogas en los países latinoamericanos causaba indignación y escozor en la clase política mexicana que, con declaraciones y notas de protesta se rasgaba las vestiduras y rechazaba aquel “acto injerencista y violatorio de nuestra soberanía”. En este 2012, apenas 10 años después y en plena contienda presidencial, el vicepresidente estadunidense Joseph Biden vino a realizar una nueva clase de “certificación”, ya no de la lucha contra el narco sino de los candidatos presidenciales mexicanos, y no hubo nadie que siquiera chistara.

 

Porque a eso vino Biden, además de a conocer a la Virgen guadalupana a la que, nos dijo, era tan devota su madre. Vino a escuchar de los tres principales aspirantes a la presidencia que van a continuar la lucha contra el crimen y el narcotráfico, lo que demuestra que esa guerra es también en buena medida de los Estados Unidos.

 

Vino a escuchar que Peña Nieto no va a negociar con los narcos, como afirman algunos sectores con desconfianza en Washington; que López Obrador no se hará de la vista gorda ni cambiará la ruta de choque contra los cárteles de la droga y que Josefina dará continuidad a la estrategia de fuerza de Felipe Calderón. Mientras Biden fue a ver a la Virgen, los candidatos presidenciales fueron a verlo a él. Fue una auténtica pasarela política en la que, los que aspiran a gobernarnos, fueron a mostrarle al vicepresidente de otro país sus cartas credenciales, fue la nueva forma de “certificación” de Washington.

 

Algo similar a lo que vino Joe Biden fue lo que hizo la Casa Blanca en Colombia en las elecciones presidenciales de 2010; y algo parecido hacen los candidatos a gobernadores de los Estados Asociados de la Unión Americana como Puerto Rico o Hawaii que, en la etapa de las campañas tienen que ir a Washington para reunirse con el secretario de Estado y recibir una especie de “visto bueno”. La única diferencia es que Biden tuvo la cortesía diplomática de ser él quien viniera a México aunque la evaluación fue exactamente la misma que con sus estados anexados.

 

Por lo demás, la forma en que los tres candidatos de los tres grandes partidos acudieron disciplinadamente a presentarse con el segundo de a bordo de la Casa Blanca, junto con la manera en que analistas y medios comentaron la noticia con muy pocas voces discordantes –ni siquiera un dirigente de izquierda que cuestionara “la política injerencista” o una pancarta de “Biden go home”—sólo confirma que el nivel de supeditación de la política mexicana a los Estados Unidos es cada vez mayor y que eso, sobre todo a partir del sexenio de Calderón, empieza a verse como algo normal.

 

¿O acaso permitiría Estados Unidos que Alejandro Poiré fuera a entrevistar a los candidatos a la Presidencia de su país, al releccionista Barack Obama y a quién resulte abanderado del Partido Republicano? Ni en sueños; pero aquí todos nuestros políticos y candidatos se congratulan de que su vicepresidente haya aceptado recibirlos, charlar por 45 minutos y tomarse la foto con ellos. Tal vez algunos dirán que eso “es la modernidad y el romper con complejos en la relación bilateral”, aunque también podría resumirse en una palabra: subordinación.

 

NOTAS INDISCRETAS… En una mesa de un exclusivo restaurante de Polanco, la semana pasada, comieron juntas Josefina Vázquez Mota y Patricia Mercado. La plática fue amena y la invitación de Vázquez Mota directa ¿veremos a una ex candidata a la presidencia apoyando a la actual candidata?.. Los dados repiten Escalera. Buena racha.

 

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