Francia ha sido icono de la política; vulnerable por la crisis económica, ahora envía un claro mensaje no sólo a su presidente, al mundo.

 

Atención con lo que vendrá no en el futuro sino hoy.

 

Hollande se convierte en la muestra representativa más clara de la época transmoderna donde las ideologías políticas no van más allá de un plan estratégico de marketing en el que subyacen unos cuantos eslóganes publicitarios (caja de herramientas ideológicas elaboradas después de la Guerra Fría).

 

Por otra parte, la troika ya nos acostumbró a ver, en tiempo real, el debilitamiento estructural de países a cambio del descenso temporal de la prima de riesgo (España) y/o de la remoción de líderes (Grecia) desgastados por el descontrol del gasto público.

 

Insistimos en llamar “democracia” a los sistemas intercambiables por ideas supranacionales y no por decisión demográfica. Ni modo. Es cuestión de tiempo.

 

Hollande no sólo se distancia del plan ideológico “vendido” durante la campaña electoral, sino que escuchó con más atención a Bruselas que a las peticiones de la demografía que gobierna.

 

Lo que es cierto es que los resultados de las elecciones intermedias (municipales) no se decidieron el pasado domingo sino el 14 de enero durante el famoso discurso de apertura del año del presidente frente a los medios. Muchos, quizá por despertar de la juerga de fin de año, no atendieron el sentido del discurso de Hollande. Sin embargo, lo ocurrido el 14 de enero fue una misa de reconversión ideológica en transmisión web.

 

El presidente tranquilizó a Bruselas al avisar que lo que vendrá en el gasto público será un recorte de 50 mil millones de euros (850 mil millones de pesos) entre el 2015 y 2017. Y no lo dijo con voz discreta; presuntuoso, Hollande señaló que “el Estado (francés) dará ejemplo en la reducción de gasto público” (Le Monde, 15 de enero).

 

El impacto del recorte en el gasto durante el presente año (14 mil millones de euros; 252 mil millones de pesos) ya está generando las primeras externalidades negativas, el desempleo alcanza los 3.34 millones y las deslocalizaciones accionarias ya alcanzaron a PSA Peugeot Citröen.

 

Empresarios chinos rompieron la denominación de origen de los automóviles que alguna vez fueron distintivo del desarrollo industrial francés, como también lo fue Minitel, un sistema que se adelantó a los correos electrónicos, o el Concorde, el primer avión que retó a la velocidad supersónica.

 

El eslogan publicitario que introdujo el nombre de Hollande en las mentes de los franceses fue el de “presidente normal”; apelar a la normalidad representó la ruptura del soufflé Sarkozy. En efecto, el presidente Nicolas fue el primer outsider del arquetipo político francés. El día de su victoria presidencial brindó en Le Fouquet´s de Champs Elysées, y antes, junto a su prometida Claudia Bruni, recibió la bendición matrimonial de Mickey Mouse en EuroDisney.

 

En efecto, Hollande trató de regresar el modelo político francés a escena pero no tuvo la narrativa (humana) adecuada para promoverlo. Jean-Marc Ayrault no abonó confianza en la demografía francesa. Ahora, será el catalán y culé Manuel Valls quien trate de articular un modelo acción creíble en la gestión del gabinete.

 

Hollande, desde las elecciones de 2012, mitificó a François Mitterrand hasta convertirlo en un fetiche. No se percató que las transferencias de imagen inician y terminan en la infancia; después, el heroísmo sin límites roza la naturaleza patológica.

 

En mayo serán las elecciones europeas, y con ellas, el Frente Nacional de Marie Le Pen concluirá el ciclo de novela negra para Hollande. Recordemos que las europeas son elecciones conceptuales, de ahí la importancia de las ofertas esteticistas de los partidos. La de Le Pen incluye el odio disfrazado de justicia.

 

Atención.