En mi coche llevo dos banderas: la española y la mexicana. Son discretas. No quiero hacer alarde, pero sí evidenciar mi orgullo.

 

Soy español. Nací en la España que me dio la vida y también a mis hijos. En esta España que se desangró entre hermanos, hace tan sólo 80 años, cuando mi padre salía corriendo al refugio, cada vez que oía el ulular de las sirenas. Le había tocado el bando republicano. Pero también soy hijo de la reconciliación. Mi madre vivió en el bando nacional, y también a ella le tocó refugiarse en subterfugios donde sólo había dolor y sangre.

 

Amo a mi país. Me gusta oler su tierra, beber su vino, confundirme con mi gente, participar de las charlas donde todos nos pisamos y nos interrumpimos con nuestros clásicos exabruptos mientras alzamos nuestra voz.

 

Amo el sol que veo en mi país, y también sus claroscuros, y los otoños rojizos y los domingos en la tarde leyendo con un brandy. Amo cada una de las estaciones tan marcadas en Madrid, tan difuminadas en el crisol de litorales que tenemos en España.

 

Me gustan las siestas y los toros; el jamón y las bulerías, y sí, me siento muy español, me siento muy orgulloso de mi sangre, de mi cultura, de mi idiosincrasia. Por eso, cada vez que viajo por los mundos recónditos de Dios y del diablo, presumo a España como una conquista aún por descubrir. Por eso apoyo a mi marca, a la marca España.

 

Claro que España es mucho más, pero representa una marca, una divisa torera en el ruedo global donde los espectadores ven las mejores reses bravas.

 

Y porque las otean, las distinguen; porque las distinguen, las apartan y las seleccionan. Y es entonces, en ese momento cuando aparece España con toda su extensión con Cervantes y Gasol, con Don Quijote y el Lazarillo, con Quevedo y Gaudí, con Pío Baroja y Ramón y Cajal, con José Tomás y Pepe Hillo, y así en un rosario infinito de españoles que diacrónicamente han colocado a España como el gran país que es.

 

Hace pocos días almorzaba con mi amigo Raúl Félix Díaz –uno de los intelectos más preclaros que he conocido en mi vida– y con Magis Iglesias –una de las más conspicuas periodistas de este país–. Magis lleva ahora la marca España. Es lo mejor que ha podido hacer el Ministerio de Asuntos Exteriores. Necesitaba colocar a una gran periodista al frente de la marca España. Era fundamental situarla en la globalización donde la competitividad está conectada con la excelencia y el buen hacer, con el profesionalismo de mis conciudadanos.

 

Magis está haciendo un gran trabajo, con el olfato periodístico que no deja mentir, con el olisqueo de lo que es lo relevante de lo consuetudinario.

 

En el exterior tenemos una gran representación de España. Desde las luces del árbol de Navidad del Rockefeller Center –que son de Puente Genil–, hasta gran parte de la tecnología aeroespacial, en algún punto infinito de nuestro sistema solar.

 

Nuestros científicos han conseguido avances relevantes en la batalla contra el cáncer y otras enfermedades que continúan siendo ariete de muchos que suplican árnica para no caer en las redes de padecimientos que no terminan de tener cura.

 

Somos un gran país. Somos una nación de gente trabajadora que quiere colocar a España en un lugar preponderante de este viaje global. Por eso desdeño –cuando el poco tiempo que tengo me lo permite– esos arcaísmos, esos anacronismos del separatismo catalán y ahora también del vasco.

 

Mientras el mundo se condenó hace años a vivir en la incómoda globalización, unos pocos con tintes pueriles y risueños, patalean para separarse. Es el mundo al revés. El resto del planeta busca la unidad.

 

Por eso admiro a Magis, y a Raúl Félix Díaz y a José Manuel Pérez Ovejas, que es el creador del vino español Pérez Pascuas, el que más me gusta y que lo he bebido por todos lados. Admiro a todos aquellos que llevan a España en sus mochilas, con sus trabajos, con sus actitudes, como un país puntero, asertivo y líder.

 

Pitingo es para mí el mejor artista actual. Su mezcla de flamenco con blues y soul crea una armonía tan mágica que transporta a la España más profunda y cosmopolita a la vez. Me enteré hace unos días que va a estar en mi amado México, mi otro país. Será en febrero. Estoy seguro de que será todo un éxito. Pitingo es un artista en cada uno de sus fonemas. Le ocurre lo que a mí: ama España, ama México.