En primera instancia, La Jaula de Oro, opera prima del cineasta Diego Quemada-Diez (amplia experiencia como camarógrafo en varios filmes como 21 Gramos de Alejandro González Iñárritu) pareciera ser otra película más sobre un tema recurrente en la cinematografía nacional: la migración hacia los Estados Unidos.

 

La cruda realidad que indudablemente se cierne sobre los migrantes que intentan llegar al vecino país del norte es tan abrumadora que resulta fácil caer en el melodrama miserabilista o en la vil explotación del morbo al momento de querer llevar a la pantalla alguna de las incontables historias sobre este tema.

 

Si bien es imposible eludir el drama, lo cierto es que La Jaula de Oro cuenta con la inteligencia y habilidad necesarias para no caer en el lugar común habitual: esto no será un vil catálogo de desgracias que terminará en simplona moraleja (“sería mejor quedarse en casa, amigo migrante”), aquí el motor de la historia no será el terror del viaje sino el viaje por sí mismo, hacer del migrante no una víctima sino alguien con un legítimo deseo de huir hacia un lugar mejor.

 

El director no se pierde en justificaciones, apenas con algunas atisbos en las conversaciones de sus protagonistas, queda claro el por qué sus personajes parten de centroamérica rumbo al norte: el testarudo Juan (Brandon López), Sara (Karen Martínez) que se ha recortado el pelo a tijeretazo limpio para hacerse pasar por hombre (previa ingesta de una pastilla anticonceptiva, ¿por si las dudas?) y Chauk (Rodolfo Domínguez), joven tzotzil que no habla ni gota de español.

 

El viaje de este disímbolo grupo será marcado por la resistencia. Filmada en clave de road-movie, todo tendrá que suceder: los soldados los arrestan, los maltratan, los llevan de regreso al otro lado del primer punto migratorio, ellos lo intentarán de nuevo; se treparán a la Bestia (geniales secuencias filmadas por la cinefotógrafa María Secco), se sumarán los rostros de otros colegas migrantes (todos ellos reales, según se puede apreciar en los créditos finales donde la producción, de manera inusualmente generosa, da gracias a todos esos hombres anónimos que pasaron frente a sus cámaras), continuarán por una ruta de inevitables vejaciones, intentos de secuestro, amenazas, y no importa qué tanto más porque  ellos, convencidos, seguirán intentando llegar a la tierra prometida, a la Jaula de Oro de la que habla el título.

 

La resistencia se vuelve épica por lo depurado del guión (siempre dando la vuelta al cliché sin escatimar emociones) y por el carisma vital de sus personajes, todos ellos interpretados por actores no profesionales cuya amalgama es la que da fondo a la película. No resulta extraño, luego de ver la cinta, entender por qué el jurado de Cannes decidió premiar de manera conjunta a todos estos nuevos actores.

 

La película logra que su público rompa la barrera del simple espectador pasivo que se sorprende y angustia por lo terrible de las situaciones para volverse un observador activo de la acción: nos importa lo que le suceda a estos adolescentes no solo como personajes sino porque su historia -lo sabemos- se repite, se vive, se sufre en este momento por muchas personas más que hacen camino hacia el norte.

 

No es común encontrar una cinta que genere tal nivel de complicidad con su audiencia; tras de sí se adivina un arduo trabajo de filmación, de guionismo, de dirección, y ello se ha visto recompensado con más de 40 premios internacionales (se dice que esta cinta por si sola acaparó la tercera parte de las preseas entregadas al cine nacional en 2013), faltándole únicamente la preferencia de la taquilla mexicana. Ojalá así sea.

 

La Jaula de Oro (Dir. Diego Quemada-Diez)

4 de 5 estrellas.

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