Israel y Palestina bracean a contracorriente en el río caudaloso llamado globalización transcultural. Cada uno aporta al otro un desequilibrio global. Israel, preparado para hacer la guerra; Palestina, preparado para hacer la guerrilla.

 

Guerra y guerrilla son dos caras de la moneda del miedo. Uno tiene capacidad militar para soltar metralla en tiempo real. El otro hace de la muerte una triste sorpresa en la vida real.

 

Netanyahu ha perdido la guerra de las percepciones en las atmósferas mediática y de las redes sociales; Hamás ha logrado que al terrorismo se le banalice (Evo Morales) como si se tratara de cómic. Los dos han perdido.

 

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Durante un mes de batalla donde la guerrilla terrorista de Hamás logró empotrarse en el gobierno de Netanyahu para que éste detonara “la guerra de los 34 túneles”, ella nos ha dejado, además de las matemáticas de la muerte, algunas lecciones globales: desde la renuncia de Sayeeda Warsi, secretaria de Estado del Gobierno británico para la ONU, los derechos humanos y la Corte de Justicia Internacional, debido a la discrepancia con la política del premier David Cameron (“la actual crisis de Gaza es moralmente indefendible”, dijo Warsi), hasta la surrealista presencia de los militares egipcios conminando a las partes al cese al fuego (la actual tregua de 72 horas, si es que continúa, fue negociada por gente cercana a los mismos que golpearon a los Hermanos Musulmanes).

 

Sorpresa fue ver a John Kerry viajando a India en las horas más rojas de la crisis. Sí, durante el primer año del segundo mandato del presidente Obama, la prioridad del Secretario de Estado era la paz entre Israel y Palestina.

 

El viaje de Kerry a India nos envió un mensaje demasiado claro para entender que hoy no hay diplomacia aterciopelada entre Washington y Tel Aviv como la historia amistosa lo demanda. Lo peligroso era, o sigue siendo, que la ruta de la paz la trace el general Abdelfatah Al-Sisi, uno de los promotores del golpe de Estado en contra de Mohamed Morsi.

 

No dejó de ser sorpresiva la reaparición de Ban Ki-moon el día de los bombardeos a los colegios subsidiados por la ONU. Se trató de la misma línea roja que Obama fijó a Bachar al-Asad si éste utilizaba armamento químico. La presión a Netanyahu no fue ataque del Consejo de Seguridad de la ONU, que no lo hubo en Siria gracias a la gestión de Vladimir Putin con Al-Asad. No. Netanyahu se percató que la guerra de los 34 túneles había terminado “exitosamente” en uno de los muchos días en los que las atmósferas mediáticas terminaron de cercarlo a él, a Netanyahu. La voz de Ban Ki-moon, aunque en ocasiones no lo parezca, es la voz global de uno de los pocos árbitros que lo mismo tienen que pitar en la desintegración de Irak gracias a los ataques demenciales del Ejército Islámico de Irak y del Levante (EIIL) hasta en la insurrección prorrusa en Donetsk y Lugansk.

 

La cereza de la vergüenza la colocó Evo Morales al promover un desplegado publicitario en el que “declara a Israel como un Estado Terrorista” (La Jornada, martes 5 de agosto, página 7). En efecto, desde la distancia, el problema de Israel y Palestina se descodifica como si fuera una video batalla descargable en iTunes.

 

¿Problemas por unos cuantos kilómetros cuadrados en Latinoamérica? Bolivia los tiene con Chile, y en busca de una salida marítima, Evo decidió acudir a la Corte Internacional de Justicia para demandar a su vecino; Costa Rica acude a La Haya para denunciar a Nicaragua; Argentina se enfada con Uruguay porque una planta industrial le contamina sus aguas que bañan Gualeguaychú; Colombia invade a Ecuador para matar a terroristas de las FARC, entre un largo etcétera.

 

Pero regresando al conflicto de Oriente Medio, existe una certeza: la generación de políticos como Netanyahu y Abás no pertenecen a la de aquellos visionarios que el 13 de septiembre se reunieron en Oslo bajo la negociación de Clinton: Isaac Rabin y Yasser Arafat. Esa fotografía cobra valor segundo a segundo. Ese espíritu está muy lejano.

 

En efecto, 34 túneles hicieron que Netanyahu aplicara una fuerza desmedida: una guerra. Esos 34 túneles fueron creados por manos terroristas para incubar miedo a la población israelí: la guerrilla. Guerra y guerrilla, dos caras de la moneda del miedo.

 

Frente a la guerra de los 34 túneles, el brazo cultural de la globalización trata de ayuda a bloquear la memoria rehén de los nacionalismos. Donde hay suma de conocimientos no pueden existir banderas que la limiten. Israel y Palestina hacen lo imposible por bracear en contra del fenómeno transcultural. Tendrán que pasar 50 o 100 años más para que del mapa del odio desparezca la obsesión por los límites territoriales. Sí, Escocia, Cataluña, Donetsk y los kurdos de Irak, entre otros, también quieren envolver su futuro en la bandera.