“Hay grandes hombres que hacen a todos los demás sentirse pequeños. Pero la verdadera grandeza consiste en hacer que todos se sientan grandes” – Charles Dickens.

 

En la película Parque Jurásico hay una escena en la que el personaje de Jeff Goldblum comenta que el uso de la genética que están haciendo en ese lugar es el equivalente a un niño jugando con la pistola de su papá. Exactamente lo mismo se puede aplicar al Internet o a cualquier medio de comunicación si no se tiene cuidado: el tiro puede salir por la culata.

 

Lo anterior viene al caso por lo ocurrido con el ahora ex director de TV UNAM, Nicolás Alvarado Vale, quien en su columna Fuera de Registro del periódico Milenio expresó su desagrado por la música de Juan Gabriel, haciendo conciencia de que quizá es de los pocos mexicanos que no se suman al reconocimiento del recién fallecido cantautor.

 

Alvarado estuvo en todo su derecho de expresar su animadversión al llamado Divo de Juárez, pero se le olvidó un pequeño detalle: en su posición de director del canal de televisión de la máxima casa de estudios del país, estaba obligado a seguir el código de ética de la misma, que entre otras cosas señala que se debe alentar la convivencia pacífica y el respeto a la diversidad cultural, étnica y personal.

 

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Foto: Cuartoscuro

 

De todo su escrito, el párrafo que hundió al señor Alvarado fue el siguiente: “Mi rechazo al trabajo de Juan Gabriel es, pues, clasista: me irritan sus lentejuelas no por jotas sino por nacas, su histeria no por melodramática sino por elemental, su sintaxis no por poco literaria sino por iletrada”. Eso lo acabó. Tras un par de días de recibir críticas al por mayor en redes sociales y hasta una petición en Change.org para que fuera removido de su cargo en la UNAM, no le quedó más remedio que renunciar a su puesto.

 

Esta columna no se trata de atacar al señor Alvarado, pues ya ha recibido su dosis de críticas a las que no me voy a sumar, sino de señalar un par de cosas: la primera, el peligro que se corre al no usar las palabras adecuadas en una época en la que el escrutinio público está al alcance de un tuit, y más si se es servidor público o figura pública. La segunda es la percepción que tiene el periodista de la obra del famoso Juanga.

 

En su texto, se refiere al cantante como “uno de los letristas más torpes y chambones en la historia de la música popular, todo sintaxis forzada, prosodia torturada y figuras de estilo que oscilan entre el lugar común y el absurdo”. Más allá de que Alvarado se equivoca en sus definiciones, y sin la intención de realizar un análisis musical profundo en el que hablemos de versos, rimas, estructuras o composición, hay un hecho que es innegable: los temas de Juan Gabriel, en su gran mayoría, han sido éxitos, ya sea cantados por él o por otros intérpretes.

 

México ha tenido compositores extraordinarios, leyendas entre las que podemos citar a Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Roberto Cantoral, Armando Manzanero, Consuelo Velázquez, María Grever, Rubén Fuentes, Julián Carrillo, Tomás Méndez, Álvaro Carrillo, Cuco Sánchez, Manuel Esperón y hasta Joan Sebastian (muchos de ellos “iletrados” y producto de un entorno que no les dio la oportunidad de tener una educación formal), entre muchísimos otros que han dejado su huella en canciones que forman parte de la cultura popular mexicana gracias a que reflejan el sentir del pueblo en diferentes épocas y para diferentes clases sociales.

 

Pero ninguno de ellos se acerca a la versatilidad que tenía Juan Gabriel. La mayoría de los arriba citados fueron leyendas en uno o dos géneros en específico. Juan Gabriel no, pues abarcó prácticamente de todo: desde la balada hasta el ranchero, pasando por el bolero, el pop, el norteño, la rumba, el huapango, el son, disco y hasta Big Band. En su faceta como cantante, Juan Gabriel era bastante competente. Pero como intérprete era fenomenal.

 

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Foto: Cuartoscuro

 

Un buen amigo, el periodista musical Carlos Vega, lo expresó bastante claro en un posteo reciente en Facebook: “Aunque siempre fue más recordado por sus canciones de mariachi, balada o pop, Juan Gabriel se paseaba sin problema alguno de un género musical a otro dependiendo de la época. Así, incursionó en el bolero, la banda, norteña y en otros que para quienes no conocen tan a fondo su música se sorprenderían, como el country, la música disco y hasta que uno que otro coqueteo con el rock-pop y el soul/funk. Para ejemplo el de la canción Cuando me vaya de tu lado, que bien podría haber sido parte del disco The Soft Parade, de The Doors, y bien pudo ir después de Touch me (y no, no es broma). Mucha influencia soul en los arreglos de metales y un bajo muy funky”.

 

Esa versatilidad, aunada a la honesta simpleza que en apariencia tenían sus composiciones (mismas que al escuchar detenidamente presentan una interesante complejidad que las ha vuelto legendarias, en gran parte gracias al trabajo que realizó con el maestro Eduardo Magallanes, responsable de la mayoría de sus arreglos musicales), provocó que Juan Gabriel lograra lo que pocos artistas consiguen: romper las barreras de los estereotipos, de las preferencias religiosas, sexuales o de clases sociales. La música de Juan Gabriel es, ha sido y seguirá siendo escuchada por pobres y ricos, por analfabetas o doctores, por chicos y grandes, por heterosexuales y homosexuales, por los que viven en Tepito o los que viven en las Lomas. Su música ha demostrado ser universal.

 

No en balde sus temas han sido grabados por infinidad de artistas, que van desde Lucía Méndez hasta Angélica María, pasando por Enrique Guzmán, José José, Rocío Dúrcal, Juanes, Vicente Fernández, Thalía, Los Kumbia Kings, Vicentico, Jaguares, Daniela Romo, Aída Cuevas, Lucha Villa, Pandora y prácticamente cualquier artista que se respete. Eso no puede ser la obra de un artista “torpe y chambón”, sino del que, sin temor a equivocarme, bien puede ser considerado como el mejor compositor mexicano de la historia.

 

Como toda persona, Juanga no fue perfecto. A muchas personas les puede fastidiar por mil razones, ya fuera por su preferencia partidista hacia el PRI, su homosexualidad nunca declarada (es quizá el artista gay más escuchado –y cantado– por los heterosexuales y estereotipados machos mexicanos), su estrafalaria manera de vestir, su hermetismo en lo relacionado a su familia o su vida personal, o simplemente porque su música no les gusta. Y se vale. Lo que no se vale es hacer juicios a priori y no reconocer lo que significa no sólo para el pueblo mexicano, sino el de prácticamente todo el mundo de habla hispana.

 

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Foto: Cuartoscuro

 

Nos guste o no, la realidad no se puede ocultar ni negar: su música tiene un efecto unificador porque en sus canciones siempre habló acerca del que es –cliché incluido- el mayor sentimiento de todos: el amor. Sus letras hablaron del amor a su pueblo natal, a su país, a su pareja, a su madre… a las cosas cotidianas que son las que, a final de cuentas, mueven a la gente. Por igual apela a los sentimientos de un macho metido en una cantina echando unos tragos, que a los de una maestra de escuela de clase media, los de una pareja gay (y toda la comunidad LGBT) o los de una persona de clase acomodada que vive en Santa Fe o en la Quinta Avenida de Nueva York.

 

En Francia lo llamaron el Elvis Mexicano; otros dicen que es nuestro Michael Jackson. Es necio hacer comparaciones, pues cada gran artista es producto de su época, sus circunstancias y su entorno, pero de que Juan Gabriel está en el mismo nivel de popularidad que leyendas nacionales como Cantinflas, María Félix o Pedro Infante no me queda duda alguna. Y se lo ganó a pulso.

 

¿Es Juan Gabriel un grande en la historia de la música mexicana? ¿En qué radica la grandeza? Cuando una obra ha sido admirada por artistas de otros países, grabada en diversos idiomas, reconocida por celebridades como John Fogerty, Julieta Venegas, Enrique Bunbury, Marc Anthony, Enrique Krauze o hasta el mismísimo Presidente de Estados Unidos, Barack Obama (para quien el artista “trasciende fronteras y generaciones”), es evidente que estamos ante alguien que merece ese título.

 

El abogado y filósofo francés Montesquieu lo resumió perfecto: “Para ser realmente grande hay que estar con la gente, no por encima de ella”. Y eso fue Juan Gabriel: cercano a la gente. No, su música no admite calificativos de ser para “jotos” o para “nacos”, pero sí el de ser capaz de mover emociones y hacernos sentir, aunque sea por unos minutos, humanos. Descanse en paz.