ZAMORA. Dividida en una especie de castas, en el albergue de La Gran Familia reinaba el caos y predominaba la ley del más fuerte.

 

En ese pequeño lugar de Zamora, Michoacán, imperaba la anarquía, tolerada por su líder, Rosa Verduzco, conocida entre los internos como La Jefa.

 

La casa, fundada en la década de los sesenta, funcionaba como un sistema de castas, un total de 592 personas desde recién nacidos permanecían en el impenetrable lugar, hasta que el pasado martes, 200 soldados y federales arrestaron a La Jefa y ocho de sus colaboradores.

 

Los más pequeños, unos 300 sin familia que los visite, representaban el eslabón más débil, expuestos a abusos sexuales, alimentados con carne podrida de vaca, aguacates roídos o fresas machacadas, productos que las personas ricas ya no podían vender a las empresas transnacionales y eran llevados en donación.

 

En la segunda casta, estaban los adolescentes, tenían edad para defenderse y crear su propio coto de poder dentro del albergue. Vendían cigarros y alcohol a los niños que podían pagar, tenían smartphones, desde donde hackeaban la clave Wifi de la oficina de La Jefa y sonrientes posaban para subir las fotos a su muro de Facebook.

 

 

La ley del más fuerte

 

Roberto Torrero era uno de esos muchachos que no dudaban en usar la fuerza o crear una red de venta de cigarros y alcohol para obtener ganancias y contar con un status de privilegio dentro de La Gran Familia.

 

El joven de 19 años, quien era uno de los líderes del albergue donde estuvo desde los cuatro, aceptó: “soy honesto, yo ahí vendía cigarros y alcohol para sacar dinero”.

 

Él y otros de sus amigos estaban a cargo de la red, que en complicidad con Miguel Ibarra, alias El Maicon, el segundo al mando después de Rosa Verduzco y ahora preso en un penal federal de Nayarit, distribuían cigarros a pequeños de seis y ocho años quienes tenían padres que los visitaban y les dejaban unos cuantos pesos que ellos escondían

 

“Mi mamá que iba a verme y me dejaba dinero, lo escondía entre las cosas, ahorraba, y nos hacía el paro Maicon, le dábamos tres pesos por cada cigarro y teníamos una ganancia de 10 pesos por cajetilla”, relata.

 

Los pequeños que no tenían ni dinero ni protección no podían acceder a nada, eran golpeados, “les azotaban su cabeza contra el piso, los miaban”. Sin dinero, revelaron, los niños sólo tenían una forma de obtener comida como tortillas pan o atole: “los que eran gays, pero ya estaban más grandes se los jalaban, les daban comida, y de repente los niños ya empezaban a hablar como ellos”.

 

El bacanal de Navidad

 

El alcohol estaba reservado para ocasiones especiales como La Navidad, esa noche, las celdas del albergue se convertían en un auténtico bacanal, confiesa Carlos Mariscal, quien llegó procedente del DIF de Colima a La Gran Familia junto a su hermano de cuatro años.

 

Carlos adquirió estatus dentro de la casa porque no se dejaba de nadie, él entró de 14 años y por defender a su hermano recibió un navajazo de uno de los ayudantes de La Jefa, “le grité y sólo me llevó a su cuarto y me puso una gaza”.

 

“El que quería estar arriba tenía que robar, golpear, porque sino no hacías nada por salir adelante, yo a nadie le causaba lástima, yo más por mi hermano, porque se le clavaban mucho, por eso yo tenía que chingarme a quien fuera”, cuenta el joven que ahora tiene 16 años.

 

Junto a Roberto crearon uno de los grupos más fuertes del internado, ese que en Navidad lograba pasar a los dormitorios decenas de galones de destilado de mezcal conocido como Tonayan, “toda la gente se encueraba y bailaban en las ventanas”.

 

Al calor del efecto del alcohol, comenzaban las peleas entre los que no tuvieron dinero ni para probar bocado en Navidad  y los que estaban ebrios, ahí es cuando La Jefa demandaba la intervención de sus asistentes, quienes también ebrios, a palazos hacinaban a decenas de niños en El Pinocho.

 

Rosa Verduzco ordenaba que los mantuvieran ahí hasta por una semana, “no había baño, había un pozo, salían ratas, te tenías que cagar sobre un papel y lo tirabas por la ventana al patio”, dijo Carlos quien escapó del albergue hace cinco meses y antes de que detuvieran a La Jefa estudiaba la forma de cómo sacar a su hermano, quien ahora tiene nueve.

 

La casta poderosa

 

La tercera casta eran sus ocho colaboradores, salían a comprar ropa o comer quesadillas en un restaurante cercano, golpeaban a todos por igual, “no podían ver que ganáramos más que ellos, porque nos madreaban bien feo”. Ellos funcionaban como el brazo ejecutor de La Jefa, quien completa el eslabón y con 80 años, delegó muchas de sus funciones a sus colaboradores.

 

Apenas el sábado cuando ya se sabía que Rosa Verduzco saldría libre, una madre que esperaba a tener noticias de su hijo gritó frente a otros 70 padres: “es una delincuente, quisiéramos tenerla aquí para ponerle en la madre, trató a los niños como perros, es una bruja que hay que quemar en leña verde”. Todos aplaudieron, mientras, los niños más pequeños, 341 todavía siguen dentro de la Gran Familia.