“Lo digo claramente, no podemos marchar con el PRI, PAN, PRD, Partido Verde, Encuentro Social, Nueva Alianza, partido aliados con la mafia del poder” (24 Horas, 11/06/17). Palabras de Andrés Manuel López Obrador durante el Tercer Congreso Nacional Extraordinario de su partido, MORENA, realizado tras las elecciones del 4 de junio.

 

 

A muchos sorprendió la postura del tabasqueño con respecto a las alianzas electorales de la organización rumbo a 2018, particularmente por el rechazo tajante a un acuerdo con el PRD, a quienes llamó “mercenarios, politiqueros y oportunistas” ese mismo día.

 

 

En un claro ejercicio de “premio” y “castigo”, la lógica de López Obrador fue la siguiente: “Sólo el candidato del PT declinó a favor (de Delfina Gómez en el Estado de México), por lo que pongo a consideración ir juntos con el PT en las elecciones presidenciales y ratificar una alianza con ciudadanos y militantes de cualquier otro partido, sin que esto implique unirnos con los partidos al servicio del régimen”.

 

 

Por meras sumas y restas, es de todos sabido que López Obrador, aliado con el PRD, sería algo cercano a imparable en 2018. De por sí su propia fuerza electoral lo pone encabezando la mayoría de las encuestas; y si se le suman los perredistas –no se diga la izquierda entera– es probable que, en su tercer intento, al fin llegue a Los Pinos.

 

 

Ahora un supuesto: si yo fuese militante de MORENA y no estuviese de acuerdo con aislacionismo político de López Obrador por simple pragmatismo y competitividad electoral, ¿podría cuestionar la decisión desde adentro? Probablemente no debido a la verticalidad máxima con la que opera ese partido: se hace lo que dice Andrés, pues es su organización.

 

 

¿A qué voy? A que MORENA, un partido construido para el ascenso de un hombre, no tiene contrapesos internos al liderazgo de López Obrador. Sí, es su figura más importante, su activo más valioso y quién articula la narrativa y fija los principales posicionamientos; me queda claro. Pero la lógica democrática implica que nadie, sin importar quien sea, pueda tomar decisiones incuestionables. Todo el arreglo de la democracia, incluso, fomenta la capacidad de impugnación de cualquier tipo de resoluciones.

 

 

Sin contrapesos internos, ya sean formales o por lo menos de facto y distribuidos en otros líderes del partido, MORENA es, para bien o para mal, presa de López Obrador. Algo es real: hoy, un militante de MORENA no puede cuestionar uno de sus mandatos, por descabellado que sea –como el de no alianza con el PRD–. Por lo que me imagino que el aislacionismo no cayó bien en algunos morenistas.

 

 

¿Qué pensarán Martí Batres, Ricardo Monreal, Yeidckol Polevnsky, Héctor Díaz-Polanco o su gatillero editorial John Ackerman? La realidad es que no importa que piensen, porque aunque estuviesen en contra no podrían decir nada ya que todo el poder y rango de acción están en una sola persona. Justo así se pierden los partidos: cuando dejan de ser cuerpos políticos pensantes y se convierten en meros replicadores de doctrina, sea institucional o unipersonal.

 

 

Ahora bien, tampoco seamos ingenuos; López Obrador es un político hábil. Sabe que con el PRD los bonos de su victoria crecen. Un escenario indescartable es que solo esté “midiendo el agua a los camotes” perredistas con una lógica de estímulo-respuesta: ver cómo reaccionan ante sus dichos, para ver si aprieta, afloja, concede o coopta.

 

 

Sea lo que sea, la vida interna de MORENA es reflejo fiel de la caprichosa política –intolerante a cuestionamientos y poco práctica– de López Obrador. Si sigue así, MORENA se extinguirá el día que López Obrador ya no esté, porque un partido sin discrepancias no es partido; es una cárcel ideológica con fecha de caducidad.

 

 

@AlonsoTamez