Se ha repetido en todos los foros y medios que la Cumbre de la UE que ha tenido lugar los pasados jueves y viernes, era la última oportunidad para el euro. Siempre es difícil anticipar cuándo es la última oportunidad ya que se sabe cuando el evento ha sucedido y por lo tanto ya no hay remedio. Lo que sí es previsible es que cada vez se está más cerca del final, aunque tampoco sabemos cuál.

 

El plan Merkel-Zarkozy de avanzar hacia una unión fiscal entre los países de la zona euro que exigía la reforma de los tratados ha saltado por los aires. La Unión Europea ya es una desunión. Solo los 17 países del euro más seis, han estado de acuerdo con una unión fiscal. Faltan cuatro de los 27, la unanimidad necesaria ha sido imposible. El Reino Unido, un enojado Cameron, ha dicho no a la regulación financiera que pretendía desde la UE acotar las finanzas de la City londinense y ha añadido que es feliz de no estar en el euro. Los otros países, por el momento, dilatantes, Suecia, Hungría y la República Checa han pedido esperar a la consulta previa a sus respectivos Parlamentos. Puede que Europa este en el camino de soltar lastre para elevar el globo de la integración, aun a riesgo de que explote sin elevarse. Sin los países que no desean formar parte de la moneda única, un nuevo tratado es posible aunque siempre quedarán los difíciles procesos de ratificación, en especial de aquellos países que tienen la obligación constitucional del referéndum. No había otra alternativa. O terminaba la Cumbre sin acuerdo, fracaso por lo tanto, o se utilizaba el plan B de seguir adelante con aquellos que deseen mantener el euro.

 

La posición británica puede parecer lógica, no quieren ir más lejos en su relación con Europa. Esto no es nuevo. Debería haberse resuelto hace décadas y no ahora en tiempo de tribulaciones. Tanto la Unión Europea como el Reino Unido deberían haber resuelto el tema, porque el Reino Unido tiene firmado un Tratado de la Unión en sus distintas modificaciones, Maastricht, Ámsterdam, y el más reciente el de Lisboa que entró en vigor a finales de 2009, en el que se dice que “la Unión establecerá una unión económica y monetaria cuya moneda es el euro”. Nadie puede sentirse engañado, todos los Estados que han firmado el Tratado están obligados a adoptar el euro como su moneda cuando se cumplan las condiciones económicas para ello. Hasta que esto suceda son considerados “Estados miembros acogidos a una excepción”. Solo el Reino Unido y Dinamarca tienen un tratamiento distinto conocido como “opting out”. Según los protocolos del Tratado, el Reino Unido no está obligado a adoptar el euro y para Dinamarca se le admite una excepción en el procedimiento obligado de adoptar el euro, que solo podrá ser derogada mediante su petición.

 

El euro tiene dos problemas importantes, el de la gobernanza económica sin autoridad única por pertenecer a 17 Estados con su propia soberanía fiscal y el de la crisis de la deuda soberana (derivado del anterior), que genera un problema de solvencia por falta de crecimiento. A pesar de la urgencia de mantener el euro, las soluciones propuestas en la Cumbre son de futuro y nada que ver con lo que ya exigen los mercados, los gobiernos, los sindicatos, y los ciudadanos. El enfermo terminal decide darse una manita de gato para parecer que está bien. El euro en agonía, decide bajar los tipos de interés al 1% regresando a los niveles de 2009 y el plan franco-alemán propone una reforma del Tratado para una mayor disciplina fiscal, cuando lo que se está pidiendo es que el Banco Central Europeo actúe como prestamista de última instancia y que se emitan eurobonos como deuda soberana de la zona euro, para evitar la elevada prima de riesgo de los países con problemas.

 

En el mejor de los escenarios, habrá dos velocidades, la de los que puedan seguir el ritmo de integración económica y monetaria y la de los que aunque lo intenten no puedan seguir. Con cierto retraso se llegan a acuerdos y el veto británico de serlo en el momento que queda fuera del nuevo Tratado. Un Tratado cuyo eje es el nuevo pacto presupuestario, con mayor disciplina, reforma del mercado laboral, una regla de oro en las constituciones de los Estados limitando su déficit público y priorizando el pago de la deuda ante cualquier gasto público y el control previo de los presupuestos nacionales antes de ser aprobados por los parlamentos soberanos. Aunque esto no salve el euro, se habrá intentado, a costa de reducir los niveles de democracia en las decisiones. Algunos ya lo llaman golpe de jefes de Estado. Con todo no debería sorprender que una aprobación al vapor a finales de marzo implique alguna cláusula para evitar que la ratificación de algún Estado miembro retrase el avance del conjunto.

 

La Unión Europea ha pasado dos años comprando tiempo. Ahora se le acabó el tiempo y los fondos para comprarlo, aunque en este período la decisión ha cambiado de cancha. La Unión Europea es menos unión y de nuevo es más intergubernamental.

 

 

*Jordi Bacaria Colom es director de la revista Foreign Affairs Latinoamérica