Mucho se ha dicho y hablado de lo que fueron los tres debates entre los candidatos presidenciales en Estados Unidos: Hillary Clinton y la broma de pésimo gusto que resulta ser Donald Trump. Pero más allá de si se la pasaron insultándose, sacando los trapitos al sol del otro o defendiéndose de ataques, la realidad es que como evento televisivo los tres encuentros fueron francamente decepcionantes. Y no por los candidatos, sino por el formato de los debates.

 

El primero, del lunes 26 de septiembre, fue moderado por Lester Holt, conductor de NBC Nightly News, en un formato que no lo ayudó mucho. Aunque al principio medio mantuvo el control, la verdad es que terminó desapareciendo ante la negativa tanto de Clinton como de Trump de respetar las reglas que se les dijeron desde el principio. Sin ser experto en imagen pública, Clinton sobresalió a nivel visual al aparecer completamente vestida de rojo, mandando una imagen de poder que no le es extraña (a final de cuentas, durante ocho años fue la Primera Dama de EU).

 

Si bien se trataba de centrarse en los candidatos y sus propuestas (mismas que en escasas ocasiones aparecieron), a nivel de transmisión el formato fue demasiado formal, con las cámaras demasiado estáticas y sin hacer mucho por darle algo de vida visual al evento, único en el que ambos contrincantes se dieron la mano al inicio y al final del mismo.

 

Para el segundo, el domingo 9 de octubre, el formato cambió con la intención de hacerlo más íntimo, con público rodeando a los candidatos, quienes pudieron moverse a lo largo y ancho del escenario contestando las preguntas que realizó, en su gran mayoría, el público. Los moderadores fueron Martha Raddatz, co-conductora de This Week, de ABC, y Anderson Cooper, una de las cartas más fuertes de CNN. Tras lo que Trump mostró en el primer debate, pareciera que ambos moderadores tenían la tarea de cuestionarlo hasta el límite, y aunque por momentos lo lograron, la realidad es que de los tres debates fue el peor en cuanto a las interrupciones e intercambio de palabras entre la demócrata y el republicano.

 

La libertad que tuvieron ambos de moverse de un lado a otro, para contestar directamente al público ahí presente, por momentos lo hizo incómodo. A nivel televisivo, al menos ofreció más opciones que el primero, y dejó imágenes para la posteridad y los memes, como aquella en la que Trump se coloca de manera acosadora a espaldas de Clinton mientras ésta contesta una pregunta. Cabe notar que la animadversión entre ambos iba creciendo, pues no se saludaron de mano al inicio.

 

El tercero, del miércoles 19 de octubre, fue quizá el mejor moderado de los tres, con un Chris Wallace (curiosamente, uno de los mejores conductores de Fox News, cadena que se caracteriza por su conservadurismo y apoyo al partido republicano, el famoso Grand Old Party) en control de la situación (y del público), poniendo en su lugar a ambos candidatos e incluso haciendo preguntas directas, fuertes. El formato del escenario fue parecido al primer debate, con dos atriles en extremos opuestos, lo que no ayudó de nueva cuenta a la televisión.

 

¿Y qué con los candidatos? De Trump hay poco que se pueda decir a estas alturas. En los tres encuentros trató de mantener la compostura al inicio, pero su verdadera personalidad apareció casi de inmediato y quedó como lo que la mayoría opina que es: un empresario corrupto con actitudes de niño berrinchudo, sexista, egomaníaco y racista, que pensó que estaba en un episodio de su famoso reality show The Apprentice.

 

A nivel mediático, Trump está más acostumbrado a lidiar con las cámaras que Clinton, sabe mejor cómo manejar a los medios que ella, pero su soberbia y discurso simplemente lo hundieron. No, ésta no es una columna para hablar de política, pero la realidad es que eso fue lo que pasó con el hombre naranja.

 

Clinton, por su parte, mostró una imagen mucho más presidencial, más en control de la situación y pocas veces se salió de control ante los ataques del republicano. Sin embargo, siempre se le ha criticado que es una mujer fría y eso se reflejaba en sus respuestas. Bien elaboradas, pero sin lograr una real conexión con la gente. Nunca tuvo un discurso verdaderamente motivador, que causara un impacto de la manera en que Barack Obama o su esposa Michelle suelen hablar ante grandes audiencias. Tuvo la oportunidad no una, sino tres veces de darle un golpe mortal, un nocaut a Trump, y no lo hizo justo por esa falta de pasión que tanto se le critica.

 

Eso sí, los tres debates causaron furor en redes sociales y fueron seguidos por millones. Propuestas casi no hubo, debate como tal tampoco, y por momentos parecía que se estaba viendo un episodio de Geraldo o de Laura de América, algo deplorable si se toma en cuenta que las dos personas que los protagonizaron buscan gobernar al país más poderoso del planeta.

 

Mucho ruido, muchos insultos y pocas nueces. Si bien Clinton fue la ganadora de los tres, en mayor o menor medida, lo lamentable es que en lugar de un ganador hubo un gran perdedor: el ciudadano estadounidense, que tuvo que ver un lamentable espectáculo sin encontrar respuestas concretas a preguntas acerca de su futuro. Ahora, a esperar la lucha real el 8 de noviembre.