Todo está listo para que este domingo se lleve a cabo la entrega número 59 del Grammy, que premia a lo mejor de la música en Estados Unidos durante el último año. O al menos eso es lo que intenta, pues desde hace por lo menos una década, el famoso show ha perdido no sólo brillo, sino credibilidad y, peor aún, trascendencia.

 

 

Antes de la llegada de las redes sociales, el Grammy solía ser, junto con el Oscar, uno de los momentos más esperados del año para poder no sólo ver a un interminable desfile de famosos o a los cantantes de moda, sino para saber cuáles eran los ganadores en las cuatro categorías de las llamadas grandes: Álbum del Año, Grabación del Año, Canción del Año y Mejor Artista Nuevo.

 

 

Así es como en la primera categoría han salido premiados discos que van desde el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band, de Los Beatles, hasta The Joshua Tree, de U2, pasando por clásicos como el Tapestry, de Carole King; el Songs in the Key of Life, de Stevie Wonder; el Rumours, de Fleetwood Mac o, por supuesto, Thriller, de Michael Jackson, álbumes que han envejecido bien y son considerados clásicos prácticamente desde que fueron lanzados. También se puede hablar de premios a álbumes como el Unplugged, de Eric Clapton; el Jagged Little Pill, de Alanis Morissette; el Supernatural, de Santana; el How to Dismantle an Atomic Bomb, de U2; o el Random Access Memories, de Daft Punk.

 

 

Pero en los últimos años el Grammy ha dejado de ser lo que es. Ciertamente el número de categorías que se premian cada año (83 en la actualidad) no son como para entregarse todas en un show, pero lo que ha disminuido su impacto ha sido, principalmente, que en la entrega de los premios ha dominado el músico blanco sobre el negro, y que algunos números musicales de artistas invitados han causado controversia, como la famosa “posesión” de Nicki Minaj que, al interpretar el tema Roman Holiday, apareció en el escenario con un Papa efectuando un presunto exorcismo y terminó con Minaj levitando como si se tratara de una escena de El Exorcista. O la de Katy Perry efectuando una presunta misa negra cuando apareció con una cruz roja en el pecho y personajes diabólicos durante su interpretación de Dark Horse.

 

 

Ha perdido tanto peso y relevancia el Grammy que para este año hay un boicot en su contra por parte de varios artistas. Si bien no ha tenido el impacto que logró el año pasado el #OscarsSoWhite en la entrega del premio de la Academia, la realidad es que para esta ceremonia hay varios famosos que no van a acudir a la misma en protesta de que, dicen, se nomina a muchos artistas negros, pero el premio siempre se lo dan a los blancos.

 

 

Frank Ocean, uno de los artistas de hip-hop más aclamados del año, optó por no inscribir a concurso su exitoso álbum Blonde debido a que “los miembros de la Academia de la Grabación no representan bien a la gente que viene del mismo lugar que yo”. Otro es el sobrevalorado Kanye West, cuyos desmanes han sido más famosos que su música en años recientes, en particular desde que hace varios años subió al escenario a reclamar el triunfo del disco Fearless, de Taylor Swift, como Álbum del Año, en lugar de I Am… Sasha Fierce, de Beyoncé (West haciéndola en ese momento de perrito faldero y soldado de su “jefe”, Jay Z, esposo de Beyoncé). West este año señaló en Twitter que si Frank Ocean no era nominado, “no me voy a presentar a los Grammys. Como artistas, necesitamos unirnos para combatir toda esta mierda”.

 

 

Otro que se cuestiona si el Grammy es relevante es el canadiense Justin Bieber, quien a pesar de estar nominado a Álbum del Año por Purpose, no cree que “estos premios sean relevantes o representativos, especialmente cuando se trata de cantantes jóvenes”. O en otras palabras, “si no me dan el Grammy entonces no sirve para nada”.

 

 

Para este domingo, los ojos del mundo musical estarán enfocados, principalmente, en ver si Beyoncé por fin logra ganar el premio a Álbum del Año, después de que hace dos entregas fuera derrotada por Beck (provocando un mini incidente por parte, otra vez, de Kanye West). En esta ocasión la cantante es la máxima nominada, con nueve menciones, pero tiene una durísima competencia con una cantante blanca y, por si fuera poco, británica: Adele, quien con 25 pudiera ser la que arrase con los premios en la noche.

 

 

Beyoncé tiene 62 nominaciones en su carrera, todo un récord, y ha ganado 20 gramófonos, pero de ellos sólo uno ha sido en las categorías grandes (Canción del Año por Single Ladies), mientras el resto han sido en las categorías de R&B. Por ello, si este año no se lleva uno de los grandes, la controversia se va a disparar de la misma manera o hasta quizá más grande que la del Oscar, que para este año nominó a varios actores y cineastas de color.

 

 

En lo personal considero que mientras se siga premiando a discos que tienen éxito comercial, pero poca trascendencia musical (¿alguien dijo 1989, de Taylor Swift?), el Grammy seguirá cuesta abajo tanto en ratings como en credibilidad. Incluso un triunfo de Beyoncé no le devolverá esta última, por lo que es hora de que la Academia de la Grabación en EU (NARAS) regrese a premiar trabajos que trasciendan. Como siempre, el tiempo tendrá la última palabra…