A estas alturas ya prácticamente todo mundo sabe que el domingo pasado ocurrió uno de los mayores desastres televisivos de la historia en el momento culminante de la entrega número 89 del Oscar, cuando Warren Beatty y Faye Dunaway anunciaron la que sería la ganadora del premio a Mejor Película, adjudicándoselo de manera inicial y errónea a La La Land para minutos después, tras un gran caos y confusión en el escenario, corregir y anunciar que la ganadora era Moonlight.

 

 

Después de varios días, la versión oficial es que uno de los consultores de la firma PwC (PricewaterhouseCoopers) -que desde hace 83 años se hace cargo de contabilizar los votos, asegurarlos, certificarlos y emitir los sobres que contienen los nombres de los ganadores- se distrajo tomándole fotografías en backstage a la bellísima Emma Stone después de que ésta ganara el Oscar a Mejor Actriz, tuiteó una foto de ella y por eso se equivocó al darle a Beatty y Dunaway un sobre equivocado (la copia del que anunciaba el triunfo a Stone), y que provocó la debacle.

 

 

Sin embargo, quedan todavía varias preguntas sin respuesta:
¿Por qué Beatty, con toda su experiencia en este tipo de eventos, cuando sacó el sobre y vio que traía el nombre de Stone y no el de la película, no se acercó a un lado para pedir el sobre correcto o no mencionó algo como: “Un momento, me dieron el sobre erróneo”?

 

 

Él, como director y productor, tenía la oportunidad de oro de apagar el fuego y no lo hizo. Si hubiera reaccionado de otra manera, no habría pasado nada salvo que el incidente hubiera sido una anécdota más en la ceremonia (“Casi ocurre error mayúsculo”, hubiera sido un probable titular al día siguiente). Pero no. Incluso una de sus justificaciones posteriores (“me di cuenta de que había algo mal, pero pensé que sería un error de impresión”) no tiene sentido.

 

 

¿Por qué Dunaway, que también vio el sobre y debió haberse dado cuenta de que traía el nombre de la actriz que apenas minutos antes había sido nombrada la ganadora, tampoco hizo nada? De hecho fue ella, y no Beatty, quien dijo que La La Land había ganado. Pero de inicio las críticas y la furia fueron contra Beatty.

 

 

Según PwC existe un protocolo para que si se anuncia erróneamente un ganador, en segundos se pueda corregir para dar el nombre correcto. En segundos. ¿Por qué entonces tuvieron que pasar casi tres minutos (y lo peor, tres discursos de agradecimiento de los productores de La La Land) y causar todo un caos para anunciar el título correcto de la ganadora?

 

 

¿Por qué si ya existía un antecedente muy reciente de un error similar (Steve Harvey, al anunciar a la ganadora de Miss Universo en diciembre de 2015) nadie tomó precauciones para que no se repitiera? En Miss Universo la afectada fue una sola persona, pero en el caso de La La Land no fueron sólo los productores, sino los cientos de personas que trabajaron en el filme, que por casi tres minutos sintieron que su esfuerzo fue recompensado para después romperles el corazón de manera brutal.

 

 

Después de las miles de críticas que recibió la Academia el año pasado por no incluir a ningún histrión de raza negra en las nominaciones de actuación (que provocó el famoso #OscarsSoWhite), era obvio que para este año iban a rectificar. Y tan lo hicieron que no sólo Mahershala Ali y Viola Davis ganaron los premios de actuación de reparto, sino que Moonlight se convirtió en la primera cinta con una temática abiertamente LGBTQ, con un elenco completamente de actores afroamericanos y dirigida por un cineasta de color que gana el Oscar a Mejor Película. Pero más parece que la intención era hacer ganar a una película de ese tipo a como diera lugar, para que no se armara más controversia, independientemente de la calidad que tenga.

 

 

Mucho se habló de que esta reciente entrega del Oscar iba a ser muy politizada, con múltiples referencias a Donald Trump y sus políticas, pero salvo los chistes del conductor Jimmy Kimmel y contados casos de quienes sí se atrevieron a comentar algo, los famosos statements anti Trump brillaron por su ausencia. O al menos no hubo un discurso incendiario que acusara directamente a Trump, del tipo que dio Michael Moore contra George W. Bush en 2003.

 

 

Peor aún, si la Academia pretendía dar una declaración a favor de la tolerancia, del amor, de las relaciones gay y demás al premiar a Moonlight, el imperdonable error del final ni siquiera dejó que los productores del filme pudieran expresarse como hubieran querido. ¿O acaso alguien se acuerda qué dijeron? Todo mundo se acuerda de Jordan Horowitz, el productor de La La Land y de cómo fue él quien les hizo saber a los de Moonlight que habían ganado, pero lo que dijeron estos últimos quedó sepultado en medio del caos.

 

 

Aquí no fue PwC la única perdedora el domingo, sino la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de EU, que además de haber cometido el error de no estar al pendiente de los sobres, durante el segmento In memoriam publicó la fotografía de una persona viva (la productora de cine australiana Jan Chapman) en lugar de la fallecida Janet Patterson.

 

 

Y para rematar, a lo anterior se suma la considerable baja en el rating que tuvo la ceremonia, la cual fue vista en Estados Unidos únicamente por 32.9 millones de personas, la audiencia más baja desde 2008. En esa ocasión, la entrega estuvo conducida por Jon Stewart y tuvo 31.8 millones de espectadores. Además, fue la ceremonia más larga en casi una década, al durar más de tres horas y media.

 

 

La ceremonia del Oscar debe cambiar. Si se supone que debe ser una celebración al cine, pues entonces que sean los que hacen cine las estrellas, no los números musicales o los chistes del anfitrión en turno. Es increíble que se reconozca el trabajo de alguien y sólo se le den 45 segundos para decir algo, ya sea sus agradecimientos o alguna otra cosa. ´

 

 

No se trata de que se den discursos eternos, pero sí que los galardonados sientan que lo son y no sean desalojados por la música de la orquesta que los obliga a salir del escenario. Ojalá que el Oscar vuelva a tener el brillo y la importancia que alguna vez tuvo y vuelva a ser, insisto, la fiesta del cine para los que hacen cine.