Rodrigo Rato encarnará la caída del Partido Popular (PP) en las elecciones generales que probablemente se celebrarán en diciembre. El pasado jueves fue detenido durante varias horas por agentes de Vigilancia Aduanera mientras registraban su oficina y su domicilio debido a que es presuntamente culpable de blanqueo, fraude fiscal y alzamiento de bienes.

 

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El viernes, el periódico El País publicaba en su primera página una foto que no tendrá destrucción temprana: un policía presiona el cuello de Rato para introducirlo en un automóvil.

 

La metamorfosis se ha hecho presente en el entorno de la figura estelar del PP, José María Aznar. Uno a uno, la gente clave del ex presidente se precipita por entrar a escándalos de corrupción. Si los papeles de Bárcenas (tesorero del PP que reveló la lista de políticos que recibieron dinero de constructores, mismo que no fue declarado ante Hacienda) repartieron dinamita a decenas de políticos del partido de Mariano Rajoy, incluyéndolo a él mismo, la investigación sobre la salud económica de Rodrigo Rato impactará al PP en las próximas elecciones generales.

 

La corrupción terminará por hacer estallar el bipartidismo español. Dos partidos, Podemos y Ciudadanos, ya se encuentran listos para sustituir al Partido Popular (PP) y al Partido Socialista Obrero Español (PSOE).

 

A Rato se le puede considerar como el ex casi todo. De ex vicepresidente del Gobierno de Aznar hasta ex director gerente del Fondo Monetario Internacional. En noviembre de 2012 decidió acogerse a la amnistía fiscal de Cristóbal Montoro (ministro de Hacienda).

 

Cuatro meses antes fue imputado por la bancarrota de Bankia una institución financiera formada por varias cajas de ahorro, principalmente por la segunda más importante de España después de la Caixa, Caja Madrid. Los españoles, a través del Gobierno de Rajoy, han inyectado más de 20 mil millones de euros a Bankia para salvarla. Rato la presidió durante el lapso de su descomposición hasta mayo de 2012, momento de la intervención. Rato también fue imputado por haber permitido el uso ilegal de tarjetas de débito, llamadas Black, a 86 consejeros de Bankia sin que ellos lo tuvieran que declarar ante Hacienda. Los fondos fueron utilizados para viajes, comidas y retiros en cajeros automáticos.

 

A finales de los sesenta Rodrigo Rato regresaba a España con su MBA de la Universidad de Berkeley bajo el brazo, es decir, regresaba como un hippy. Traía el pelo largo, barba, camisas anchas y una novia californiana. En el libro El declive de los dioses, Mariano Guindal escribe que la madre de Rato se molestó por la imagen de su hijo: “Te cortas el pelo y la barba, te pones un traje y devuelves a la novia”.

 

Claro, no era sorpresa la molestia de su madre. Proveniente de una familia típica de la oligarquía franquista, Rato se reveló por algún tiempo al determinismo familiar pero después regresaría a las formas ortodoxas que le impusieron sus padres. Su padre, Ramón, fue un hombre acaudalado por los negocios petroleros que tuvo en Asturias; fundó Radio Nacional de España en 1973 y relanzó la cadena Ser junto al padre de José María Aznar.

 

Ahora, Rodrigo Rato es la nueva cabeza de turco del PP en materia de corrupción.

 

Como le sucedió a Dominique Strauss-Khan en su momento, Rato no concluyó su periodo al frente del FMI. Los desequilibrios sexual y familiar fueron las causas que al parecer terminaron por sacarlos del organismo internacional a Dominique y Rodrigo, respectivamente. El español fue colocado al frente de Bankia y ahora es investigado por corrupción fiscal.

 

Lo peor, para Mariano Rajoy, es que el final del PP frente al gobierno es catalizado por la caída de Rato. La corrupción los ahoga.