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Una bella y enigmática ciclista aparece en un barrio de gente gris con la idea de transformarlo en un lugar de inventores. El Señor Silva, habitante del barrio, se obsesiona con su presencia y comienza a seguirla. Algo difícil porque ella tiene el don de volar en bicicleta y hacer figuras fantásticas. Además usa una cámara fotográfica que hace magia con la imaginación de los fotografiados.

 

Andar en bicicleta surte diversos efectos: el movimiento tiende a equilibrar los tres niveles en los que coexistimos: el Humano, el Urbano y el Natural. Edgar Borges (Caracas, Venezuela, 1966) entramó una novela tan sencilla como transitar por un sueño en bicicleta; una historia que atraviesa por los tres niveles: un viaje desde lo más profundo del Sr. Silva, que serpentea por las calles de la ciudad y lo conduce al entorno natural, cada vez más lejos y reducido. En ese nivel Humano, donde todo inicia con el movimiento del ciclista. Al pedalear se detona la imaginación —como lo explica David Byrne en los Diarios de Bicicleta—, la materia prima de La ciclista de las soluciones imaginarias (Nitro/Press, 2015).

 

La historia se desarrolla en tres realidades paralelas: Gijón, España, donde vive el Sr. Silva; la Ciudad México, donde vivió pero permanece con un pie en el recuerdo; y la mente un poco desequilibrada del propio Sr. Silva, quien padece el mal de la mirada trastocada, razón por la que parece que brotan las confusiones desde que era niño. El personaje entra y sale de esas realidades atrapado en una telaraña de sueños (envenenar a su esposa con raticida), recuerdos reprimidos (el trágico cinturón azul de su padre) y dramas de la vida cotidiana (el desempleo).

 

Un mañana el sr. Silva se despertó, se asomó a la ventana y vio la nada. Cerró los ojos y vio el tráfico. “Entre la nada y el tráfico estaba la memoria”, se dijo. La misma sensación que nos despierta el tráfico, un océano de nada que se abre y nos traga cada mañana. Varados, hundidos la mitad de una vida, todo lo que pensamos en ese tiempo se pierde en la memoria si no se registra. Al contador de 42 años, sin trabajo, casado con una mujer odiosa y tres hijos que sólo existen en el recuerdo que ella le inventa, le han robado todo: el trabajo, la libertad, la imaginación y la razón.

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Pintura: Oleg Tchoubakov

 

La imaginación también puede trabajar contra la persona. Somos capaces de imaginar lo mejor y lo peor en situaciones apremiantes. En el desempleo, cuando la rueda del tiempo gira lenta y todo se percibe de manera distinta, hay demasiado tiempo para pensar e imaginar todo tipo de cosas. Y por reflejo imaginamos el último escenario: el peor. Al Sr. Silva le sucede algo así, pero lo suyo es más profundo, parece un tipo deprimido. Vive mantenido por la amargada y manipuladora de su esposa, se pasea por el barrio discutiendo en mal plan con sus amigos y su memoria tiene un pie en México todo el tiempo.

 

En la ciudad en la que vive (Gijón, según él; Madrid, según su esposa) la sociedad se divide básicamente en dos estratos: los que trabajan en el Ayuntamiento y los que no. Y en el Ayuntamiento están los que trabajan en la oficina, un laberinto kafkiano de ciencias exactas, y los que trabajan picando piedra y construyendo calles hasta el infinito, arrasando un bosque mítico. Esa era la única expectativa de los habitantes: formar parte de una sociedad de Godínez y Picapiedras encadenados a un sistema absurdo, antinatural e inhumano. El Sr. Silva, diagnosticado con aquél curioso mal, bordea los límites de ese mundo.

 

Entonces aparece la ciclista. La más deliciosa mujer en vestidito veraniego pedaleando su bicicleta con estilo. Algo hay en ella que perturba al Sr. Silva y lo lleva a intentar seguirla y encontrarla, lo cual le crea problemas con su esposa y con su amigo, Oscar, el dueño del café, quien asegura que la ciclista no es más que pura Patafísica, la ciencia inútil de las soluciones imaginarias.

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La ciclista era el tipo de mujer emprendedora. La idea del desempleo, por ejemplo, no existía para ella. Llegó al barrió y empezó a transformar a sus habitantes, quienes ya ocupaban un edificio de inventores, como la señora del Guante sanador y el hombre de la Cápsula del descanso, frente al edificio del Sr. Silva. Y la ciclista llevó su proyecto de ciudad imaginaria al Ayuntamiento, donde se le vio como una amenaza a la estabilidad del barrio y al proyecto de ciudad interminable. La urbe acosada por una serie de obras eternas y desfiles de camiones cargados de piedras. La construcción de nuevas calles nunca se detiene en su barrio, un laberinto sin fin, tal y como sucede en el Distrito Federal y en el Estado de México. La obra pública es una mina de oro para los funcionarios y autoridades en turno. Por eso surgió la oposición al cambio en el barrio, encabezada por el Sr. Burgos, vecino del Sr. Silva y sospechoso proveedor del Ayuntamiento.

 

Obligado por su esposa, el Sr. Silva recuperó su viejo empleo en el Ayuntamiento. Los procesos habían cambiado por completo, pero los números seguían sin tener corazón. El control financiero del Ayuntamiento era implacable a su favor. Le encomendaron la cobranza de impuestos y en una de ésas tuvo que ir a cobrarle justamente a la ciclista porque tenía un adeudo. Así es como logró entrar en contacto con ella y el universo bicicletero que flotaba a su alrededor, lo único que le hacía falta para perder la razón.

 

Siempre lo he dicho, la bicicleta es el vehículo perfecto para la locura. Después de eso, el Sr. Silva comenzó a despertar a una sola realidad, la imaginaria. Lo que la ciclista le devuelve a la gente es la libertad y la capacidad de imaginar. Esa es la gran amenaza para la estabilidad gubernamental, además de las exorbitantes ganancias que se embolsan las autoridades, lo que genera un conflicto en el barrio y en la mente del Sr. Silva. Las ciencias exactas del Poder contra la ciencia inútil de la Patafísica.

 

La situación deviene en una fantasía paranoica. Cierta noche que están a punto de llevarse al Sr. Silva para encerrarlo en una clínica, la ciclista se aparece en una bicicleta tándem, acompañada de un grupo de ciclistas, y antes de ser perseguidos por una jauría humana, le dice: “¡Súbete, es tu hora, pedalea!” Escapan en las bicicletas hacia el bosque, mientras la jauría de gente normal los persigue. Es cuando el Sr. Silva se pregunta: “¿Qué oficinista no desearía ser liberado por un grupo de ciclistas?” El sentido ciclístico de la salvación fue lo único que logró equilibrarlo. Pedalear era el remedio contra el mal de la mirada trastocada que padeció toda la vida. El mismo contador reflexiona finalmente que la ciclista no cambió un barrio, pero sí a un hombre.

 

Según la ciclista, la bicicleta es “la única máquina que necesitamos para levitar por los caminos de la tierra”. Eso me recuerda lo que pienso cada vez que pedaleo: andar en bicicleta es caminar en el aire y volar con los pies en esta vida.

 

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