Pocos minutos después del sismo que ayer sacudió al territorio de Guerrero y de buena parte del centro del país, escuché en la radio un testimonio de una reportera, desde algún rincón del estado de Guerrero cercano al lugar identificado como el epicentro, que narraba cómo segundos previos al movimiento telúrico se escucharon fuertes tronidos en el suelo, como si se estuvieran triturando grandes bloques de piedra. Una especie de alerta natural de la violenta sacudida que vendría apenas unos segundos después.

 

Esa narración nos recuerda, con bastante similitud, lo que ha pasado con la economía en los primeros meses de este año.

 

La economía enfrentó un sismo en el segundo trimestre del año. Cayó 0.7% en comparación con el trimestre anterior, un comportamiento negativo que no se había registrado desde la crisis financiera global de 2009. Esta caída, junto con los débiles resultados económicos ya vistos en el primer trimestre, arrojó un mediocre 1% de crecimiento anual para el primer semestre del año. Sin duda un resultado contrario a cualquier expectativa económica que se hubiere planteado hacia el inicio de este gobierno. Ni el más pesimista de los expertos económicos se imaginó un resultado así.

 

Sin embargo –como en el sismo de Guerrero de ayer- en la economía también se escucharon “fuertes tronidos” a lo largo del primer trimestre, que ya daban señales de que algo malo podría ocurrir con la economía nacional y que el subsecretario de Hacienda, Fernando Aportela, apuntó parcialmente en su comparecencia ante la prensa.

 

Uno de estos crujidos fue el sector externo. Es evidente que la lentitud en el crecimiento estadounidense afectó severamente la demanda de exportaciones manufactureras del país. De hecho en el primer semestre del año las exportaciones no petroleras a Estados Unidos crecieron al 4%, una tasa significativamente menor que la registrada el año pasado (8.6%). Peor aún fue el comportamiento de las exportaciones no petroleras al resto del mundo que cayeron 4.5% en el primer semestre.

 

Y claro, este muy débil o nulo crecimiento económico en las grandes economías del mundo ha incidido en menores tasas de crecimiento en las economías emergentes y en particular en América Latina.

 

Pero esa es solo una parte de la historia. El segundo crujido que se escuchó desde hace tiempo antes del sismo económico, fue el de la economía interna. El freno al gasto presupuestario y a la inversión pública durante buena parte del primer semestre, tuvieron efectos multiplicadores importantes sobre el gasto privado, incidiendo en los malos resultados económicos de los que INEGI nos informó; y en los que Aportela no quiso entrar en detalles con los periodistas. Pero además, se sabía del mal comportamiento del sector de la construcción –y en particular el de la construcción de viviendas- que ya había encendido focos rojos desde mediados del año pasado, con el grave problema financiero y de solvencia que enfrentaban las grandes desarrolladoras del país.

 

La pregunta no es por qué el gobierno no adivinó la mala trayectoria de la economía, sino por qué –ante todos estos crujidos externos e internos que avisaban que podría darse un sismo económico de estas dimensiones- no se aceleró el ejercicio del gasto público aunque éste fuera el primer año del gobierno. Y porqué no tomó las medidas con la celeridad que requería el sector de la construcción y otros sectores que ya veían cómo menguaba su actividad.

 

Si el énfasis era cuidar al máximo el Pacto por México y la ruta política hacia las reformas estructurales -que se prevé darán resultados en el mediano plazo- ello no era pretexto para desatender las urgentes medidas económicas que se requerían en el corto plazo.

 

El costo es que, con un crecimiento anual alrededor del 1.5%, caerá el PIB per cápita y el ingreso real de los mexicanos.

 

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