Me pregunta uno de mis compañeros por qué, si escribo de tecnología, no me la paso posteando pensamientos en Twitter o Facebook. La verdad, le digo, utilizo esas dos plataformas por obligación. En el caso del invento de Jack Dorsey, la primera cuenta que tuve, hiroshipuntocom, la cancelé. Sólo la utilizaba para el programa de televisión en el que participaba, con Yuriria Sierra en Cadena 3. Luego tuve que abrir una nueva, takaink, porque el director de Excélsior, Pascal Beltrán del Río, me mandaba mensajes directos por esa vía.

 

No me gusta perder el tiempo, ni en Twitter ni en Facebook. Veo esos dos espacios como parte de mi trabajo. Como obligación para estar conectado por varios canales a las órdenes de trabajo y al consumo de información muy específica.

 

Si quiero divertirme, salgo a la calle a ver a mis amigos o les hablo por teléfono para saber qué es lo que están haciendo y cómo están.

 

No me interesa decirle a desconocidos dónde estoy o si estoy contento o triste. No me gusta que la gente se entrometa en mi vida. Soy de una generación que prefiere platicar de frente.

 

Si quiero informarme, créanme, no me interesa buscar contenido en las redes sociales. Acostumbro comprar varios periódicos todos los días. Cuando encuentro un texto que me interesa, lo separo de todo el cuerpo de páginas y lo guardo. Así junto una colección de notas, crónicas y reportajes, entrevistas y columnas, que devoro de momento y que guardo para volverlas a disfrutar con calma.

 

También compro muchos libros, principalmente novelas, y revistas, muchas revistas. Mis favoritas: Forbes, The New Yorker, Monocle, The Economist, Vanity Fair y Ring.

 

Hace poco charlé con Rob Norman, el Chief Digital Officer de GroupM. Lo entrevisté para la revista Forbes. Hablábamos del futuro de los diarios y las revistas, de la información que consumimos.

 

Me dijo que él también es adicto a The New Yorker y a The Economist. Leer la mitad de cada una de esas revistas cada fin de semana representa estar bien informado, me aseguró. Y le creo. Le pregunté por Monocle, una revista que me encuentro en las principales ciudades, aeropuertos y kioskos. Me dijo que no le gusta, la considera demasiado comercial, con poca inteligencia, sin periodismo. La ve como un catálogo de superficialidades. Mucha publicidad, pero poco contenido.

 

Rob Norman, deben saber, es responsable de invertir en internet unos cinco mil millones de dólares anualmente de los clientes de su empresa. Él sabe dónde debe gastar una marca su dinero, para potenciar su inversión y su imagen, entre muchas cosas.

 

En México yEU, los dueños de los medios parecen súbditos de los anunciantes. Quieren ganar más dinero, antes que ganar respeto y credibilidad.

 

Rob Norman dice que eso no es obstáculo, que los reporteros hemos hecho cosas increíbles en los últimos tres años gracias a internet.

 

“Investigaciones cada vez más profundas (piensa en la NSA). Los anunciantes están comenzando a ver eso, yo creo que eso es bueno”, considera.

 

Y pone ejemplos de nuevas estructuras que atraen inversiones: Machinima, Maker Studios, Full Screen, Vice, Buzzfeed, The Huffington Post, Netflix e incluso la productora de videojuegos Electronic Arts.

 

Pero Rob Norman aclara:

 

“Existe una gran batalla entre autoridad y popularidad ahora. Me preocupa, desde el punto de vista de la sociedad, que a veces la popularidad se convierte en algo más importante que lo verdaderamente relevante, o con autoridad. También me preocupa que la gente consuma información en pequeños pedazos, en lugar de engancharse con cosas que de verdad las informen. Estoy impresionado por el deseo de simplemente ver un cabezal en un dispositivo y considerar que es una historia interesante, que se celebre la historia sin entender sus implicaciones, y que luego se envíe la historia a otros asumiendo que la entendimos y que los estamos informando de algo”.