Piensen un momento en la Calzada de Tlalpan. ¿Qué les viene a la mente?

 

Tal vez… ¿Hoteles de paso?

 

La historia de esta avenida ha sido relegada por su fama actual, que está ligada a la oferta de cuartos para encuentros casuales y al sexoservicio. Sus potenciales histórico y estratégico están subvaluados.

 

Junto con el Eje Central Lázaro Cárdenas es una de las entradas principales y salidas del Centro Histórico de la Ciudad de México.

 

Por ahí se puede ir o venir de bosques del Ajusco, Xochimilco, Cuernavaca, la zona de hospitales, el Centro Nacional de las Artes o al ex Convento Churubusco. Y es una de las rutas más directas a Coyoacán.

 

Camino muy antiguo

 

Esta vialidad tiene orígenes prehispánicos, pues era una de las tres avenidas que atravesaba los lagos y unía los poblados de las orillas con el centro político-religioso de Tenochtitlán.

 

Pero no sólo tenía esa finalidad. También separaba la zona de agua dulce con la de agua salada. Funcionaba como dique.

 

Al tratarse de un camino por el que se llegaba al centro de Tenochtitlán, por ahí entró Hernán Cortés y, en lo que hoy es República de El Salvador, se encontró con Moctezuma. Existe una estela que recuerda ese momento, justo atrás de la iglesia de Jesús de Nazareno (en donde están los restos del conquistador).

 

Durante la época de la Colonia, cuando nombraron a Hernán Cortés, marqués del Valle de Oaxaca, la ruta fue aprovechada para conectar a lo que ahora es el Centro Histórico con el marquesado de Cortés.

 

Al paso del tiempo, por aquel trazo corrieron algunos de los primeros tranvías de la Ciudad de México, a finales de 1800. Primero fueron jalados por mulas, luego por vapor y finalmente movidos por energía eléctrica. Hoy corre por ahí la Línea 2 del Metro, todavía allá por Huipulco existen restos de aquellas vías, y en la colonia Toriello Guerra, aún quedan algunas planchas de concreto que eran estaciones.

 

¿Rápidos?

 

Cada mañana, Tlalpan se observa como un río de autos que fluye lentamente hacia el Centro Histórico de la Ciudad de México. Por la noche, el sentido de ese río es a la inversa: va del centro hacia la delegación Tlalpan.

 

A los costados, decenas de hoteles y moteles aparecen uno tras otro. La mayoría alquila las habitaciones sólo un par de horas, precisamente, como refugio de encuentros casuales o secretos.

 

La creatividad capitalina así lo demuestra. Basta con hacer un repaso por sus sobrenombres que los chilangos le han puesto:

 

“El triángulo de las Bermudas”, porque los vehículos desaparecen misteriosamente y vuelven a aparecer, tiempo después.

 

“La costera de Tlalpan”, jugando con la palabra “acostar”, haciendo una alusión sexual.

 

Y uno de los sobrenombres que mejor la describen es el que le puso el escritor Rafael Pérez Gay en una crónica periodística: “Los rápidos de Tlalpan”. No hay necesidad de explicar por qué, pues es claro que el único río que tiene es el de vehículos y no avanza muy rápido que digamos.

 

Hay hoteles que entresemana no funcionan mas que para alojar al serxoservicio. Pero hay otros que han migrado a otro tipo de clientela y han apostado al gran turismo, aprovechando su ubicación, pero son muy pocos.

 

Su lado histórico ha quedado en un rincón para quien quiera desempolvarlo.