¿Cómo pudieron permitirse esos Juegos? Cada cuatro años se revive la historia olímpica y, llegado el turno de revisar Berlín 1936, vuelve la incomprensión.

 

Esta vez no es necesario estar cerca de una inauguración para que se reabra el debate. La principal damnificada deportiva de aquel evento, la mejor saltadora de altura alemana de aquella época, ha fallecido a los 103 años.

 

Gretel Bergmann tenía registros para aportar una medalla de oro a la Alemania nazi, aunque para el régimen era prioritario que eso no sucediera; si cada triunfo tendría que verse como reivindicación de la superioridad aria, esa presea implicaría una contradicción: ¿cómo explicar que una judía impusiera su hegemonía en pleno Berlín?, ¿cómo permitir que defendiera esa bandera una persona que desde meses antes, con las Leyes de Núremberg, quedaba excluida de la ciudadanía del Reich y confinada al peor de los tratos?, ¿cómo exponer al poderoso aparato de propaganda nazi a una laguna de ese tamaño?

 

Las presiones contra Alemania crecieron en Gran Bretaña, donde Bergmann había estudiado y sido campeona nacional, lo mismo que en Estados Unidos, donde una fuerte campaña exigía a su equipo que boicoteara esos Juegos, que no legitimara al nazismo con su participación.

 

El titular del Comité Olímpico Estadounidense, Avery Brundage, negó las fulminantes evidencias de discriminación, discutió con los políticos de su país hasta enfatizar que Estados Unidos competiría en Berlín e incluso fue relacionado con decisiones polémicas, como la exclusión de atletas judíos en la misma delegación estadounidense, afán de diplomacia ante el anfitrión (diplomacia igual de absurda: cuando la selección inglesa hizo el saludo nazi antes de un partido en 1938). La historia es extraña, porque tras la Segunda Guerra Mundial el mismo Brundage se convertiría en presidente del COI, máxima autoridad del movimiento olímpico.

 

Pero hablábamos de Gretel Bergmann, quien en medio de las presiones desde la comunidad internacional, fue llamada a mostrar su nivel a unos meses de Berlín 1936; rompió el récord alemán de salto con altura y pensó que eso bastaba para asegurar su sitio en los Juegos, sólo para enterarse a dos semanas del debut de que no había sido seleccionada.

 

Un par de años después, ya instalada en Nueva York, la atleta entrenó para los Olímpicos de 1940, ahora representando a Estados Unidos, pero la guerra lo hizo imposible: una de las mejores saltadoras de la década no sería olímpica.

 

A diferencia de buena parte de los judíos europeos, Gretel sobrevivió al nazismo y tuvo larguísimas décadas para compartir esa historia. Por mucho que lo hizo, de ese dolor nunca se recuperó; en varias entrevistas insistió que no era capaz de observar competencias de salto de altura sin pensar en ese momento con el que soñó, esa meta para la que trabajó y que, sin embargo, no pudo ser.

 

El único homenaje póstumo posible es recapacitar en dos sentidos: el primero, las responsabilidades de cada país sede y lo que puede legitimar la presencia ahí de todas las naciones midiéndose deportivamente; el segundo, honrar la Carta Olímpica en cada una de sus bases, empezando por el respeto a todos los atletas, a todos los seres humanos, por igual.

 

Twitter/albertolati

 

caem

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