Hombre de piedra como fue José Revueltas, cumple 100 años, aunque ya no esté aquí. No le fue fácil entenderse con lo que pasa a pie de tierra y vivió una la lucha permanente entre decir y hacer, en una realidad fallida.

 

Estuvo en la cárcel en cinco ocasiones. Lecumberri y las Islas Marías no le fueron ajenos, pero sí fueron el espejo humeante que nos otorgó parte importantísima de su obra literaria. No le importaba la cárcel y en ella consiguió su libertad: Los muros de agua y El Apando son su herencia.

 

Dijo: “La cárcel me hizo mucho bien, porque el tener una gran cantidad de problemas me permite una mejor comprensión de lo humano. Me mostraron las relaciones humanas en su desnudez más completa, sin convenciones de ninguna especie. La cárcel –dijo- tiene una esa virtud: desnuda al hombre. No hay más convenciones que las que se crean en ese mundo tenebroso. Entonces, el hombre se ve en su esencia; sin adornos, directa, patética, elevada y sucia, a la vez”.

 

Es el escritor de la justicia social y encarnación de la rebeldía. Al mismo tiempo se convirtió en un hombre abstraído, solitario y triste porque no obstante la rudeza de su lucha, de su tiempo, de su aliento expresivo, del realismo dialéctico-materialista del que está hecha su literatura, tenía la esperanza de que el mundo de la injusticia tuviera solución en el comunismo o el socialismo, en los que el hombre encontraría la redención.

 

De José Revueltas el escritor y activista social -casi demencial y apasionado- se ha analizado punto a punto tanto su personalidad como su obra. Su vida fue una obra en sí misma, la que tiene que ver con lo social y sus contradicciones.

 

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