Ahora que se abrió la caja de Pandora de los salarios podrá entenderse que el punto central no es el salario mínimo sino el modelo de sindicalismo corporativo que fabricó el presidente Lázaro Cárdenas en 1938 para subordinar a los trabajadores al presidencialismo.

 

Los salarios mínimos están como están por el control que ejerció Fidel Velázquez sobre la masa trabajadora de 1936 a 1997, nada menos que 61 años. Por cierto, Fidel fue encaramado como líder de la CTM nada menos que por el presidente Cárdenas, luego dedesplazar a Vicente Lombardo Toledano por socialista.

 

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El control del Estado sobre los trabajadores a través de la CTM y luego el PRI y por tanto del presidente de la República se redujo a un tema: los salarios. Ante la inestabilidad obrera en los setenta, el presidente Echeverría inventó la segunda fase corporativa del sindicalismo con la comisión nacional tripartita en la que gobierno, patrones y trabajadores -sus élites, obviamente- se ponían de acuerdo al margen de la lucha de clases; el pivote del control obrero durante el echeverriato fue Porfirio Muñoz Ledo, secretario del Trabajo de mediados de 1972 a septiembre de 1975 en que fue enviado al PRI a operar la campaña de López Portillo y a corromper a la izquierda.

 

La estabilidad-inestabilidad económica de México en el siglo XX fue producto de la lucha por los salarios y las prestaciones obreras. Cárdenas enfrentó a los comerciantes, Echeverría padeció la insurrección empresarial, López Portillo tuvo que expropiar la banca, siempre con el apoyo amenazante de una huelga general contra el sector privado. Salinas desvinculó a los sindicatos del Estado y desde entonces los sindicatos andan pululando su soledad política.

 

El control de los gobiernos sobre los sindicatos ha sido igual con administraciones estatales del PRI, del PAN y del PRD. López Obrador en el gobierno del DF aumentó los salarios arriba de la inflación y generó presiones sobre los precios pero no liberó a los trabajadores del yugo sindical. La CTM se postró a los dos gobiernos panistas y se sometió a las decisiones salariales del Estado.

 

La liberación de los salarios deberá implicar la desvinculación de los sindicatos de sus acuerdos de subordinación con el Estado, lo que metería al país en una fase de inestabilidad social por los rezagos en bienestar de los trabajadores, pues no es sólo salarios sino prestaciones sociales. El salario, hay que repetirlo, es una expresión de la lucha de clases en la economía y la política nacionales.

 

En el fondo, el salario mínimo es un referente, no una tasa fija y obligatoria. Los trabajadores aceptan el mínimo por las prestaciones sociales inherentes que conforman el salario no monetario. En una economía de mercado y con la despresurización vía el subempleo, muchos trabajadores rechazan el mínimo y ganan más con el ambulantaje.

 

El jefe de gobierno del DF abrió el debate sobre el bienestar de los trabajadores, pero ello implicará una revisión de la política laboral tutelar, paternalista y populista del viejo régimen priista que por cierto ha mantenido vigente el PRD cardenista.

 

Más que el salario mínimo en sí y su cantidad como concesión graciosa del gobierno, la reorganización productiva del país vía las reformas modernizadoras debería llevar a la independencia de clase de los trabajadores y a su lucha por el bienestar autónoma del Estado. Sólo así se le haría justicia al trabajador explotado con la complicidad de partidos y gobiernos, no con salarios que se come la inflación.

 

El tope salarial está amarrado a la estructura de control de los trabajadores vía sindicatos y partidos. Con libertad sindical, los trabajadores lucharán por mejores salarios.