El ejercicio periodístico de Gabriel García Márquez tuvo dos etapas: una en la talacha del diarismo en el que destacó más como comentarista que como reportero y otro ya consagrado pero al servicio de dictadores.

En la primera era el periodista “feliz e indocumentado” que dependía de la manera de narrar lo que veía; en la segunda fue, con todas sus letras, el propagandista de dictaduras revolucionarias usando el periodismo como ayuda a la dominación ideológica.

 

Como cada periodista tiene el derecho de escribir lo que desee, el problema con García Márquez radicó en su obsesión de formar cuadros de periodistas, reporteros y cronistas pero en función de sus compromisos con Cuba, Vietnam, Angola y Nicaragua -entre otros- redactando panfletos de defensa del sistema socialista y escondiendo la realidad de la pobreza, la dictadura y la utopía.

 

En este sentido García Márquez -parafraseando una crítica del poeta Gabriel Zaid- inventó el subgénero periodístico del realismo mágico, una práctica menor -región 4- del realismo socialista que construía escenarios para reforzar la dominación ideológica, en tanto que el realismo mágico literario llevado al periodismo mostraba a las naciones en procesos revolucionarios como una imagen del barroquismo agobiante. Por ejemplo, García Márquez calificó de corruptos a los vietnamitas que huían del país por la represión y la pobreza, en tanto que presentaba al primer ministro vietnamita como un hombre de “lucidez apacible”.

 

El periodismo de García Márquez sacrificó su función como contrapoder del poder dominante y se convirtió en propaganda para reforzar el dominio ideológico de una oligarquía socialista. En sus textos, el novelista-periodista condenó a los balseros vietnamitas que huían del paraíso, abandonó a su amigo el coronel La Guardia en el caso del general Arnaldo Ochoa que Fidel Castro enjuició, sentenció y fusiló en pocos días en un juicio estaliniano.

 

En el 2003 la novelista Susan Sontag, de gran prestigio en la izquierda norteamericana, criticó públicamente a García Márquez por apoyar a Castro y abandonar a los balseros cubanos que tenían que huir clandestinamente de Cuba por carecer de libertades de tránsito. El novelista colombiano, dijo la escritora, padecía de “deshonestidad intelectual” y lo acusó de “callar cosas que sabe” sobre los abusos autoritarios del régimen cubano.

 

Pero el escritor tenía muy claras sus prioridades. Con comedimiento, García Márquez le respondió a Susan Sontag pero luego se quejó de que su respuesta fue tergiversada en sus interpretaciones para dar la impresión de que “criticaba a la Revolución Cubana”. Castro definió su posición: prefería defender a la Revolución y hacer gestiones secretas para liberar y sacar de Cuba a escritores disidentes reprimidos por la dictadura de los hermanos Castro, lo que dejaba claro que el colombiano conocía perfectamente los excesos autoritarios.

 

A pesar de este ejercicio de periodismo favorable a las dictaduras, García Márquez -con el dinero del nobel y apoyos privados- creó la Fundación para el Nuevo Periodismo donde daba clases en función de su enfoque ideológico, un periodismo al servicio del poder burocrático de los regímenes socialistas represivos y no a favor de la sociedad. Ciertamente que en esas clases nunca permitía el análisis de contenido de sus reportajes sobre Cuba, Angola, Vietnam, Nicaragua y otras naciones con gobiernos revolucionarios pero de corte estalinistas.

 

Queda, como enfoque del nuevo periodismo, el retrato que hizo García Márquez de Fidel Castro, un ejemplo del realismo mágico llevado a la política: “ha logrado suscitar en el pueblo el sentimiento más simple pero también el más codiciado y esquivo de cuantos han anhelado desde las más grandes hasta los más ínfimos gobernantes: el cariño”.

 

Sólo le faltó escribir que Castro vive en medio de mariposas amarillas.