La emergencia que se vive en Acapulco ha puesto en evidencia el fracaso de lo digital; lo primero que falló en el puerto, antes incluso que la energía eléctrica o el suministro de agua potable, fue el internet y la telefonía celular; con ello, todo lo demás fue cayendo como naipes: los restaurantes y comercios no podían cobrar con tarjeta porque las terminales no respondían, los cajeros automáticos no despachaban dinero por estar fuera de línea, los hoteles no podían respetar reservaciones hechas en internet porque estas nunca se registraron en sus sistemas. Todo regresó a los viejos tiempos del teléfono análogo y las notas de papel.

 

Y esa es una de las razones por las cuales salir de Acapulco por avión se ha tornado un caos. Para el día de ayer, ya eran 3 aerolíneas más (Volaris, Interjet y Aeromar) las que ofrecían vuelos gratis, junto con Aeroméxico, para todo aquel que así lo necesitara, con la única condición -en algunos casos- de registrarse previamente por teléfono. Otro fracaso, ya que las líneas estaban saturadas, pero la desesperación puede más: con boleto o sin boleto, la gente amanece desde las 3 de la mañana en las instalaciones del Foro Mundial Imperial en búsqueda de un asiento que lo saque de Acapulco.

 

La desorganización es total, la gente hace filas sin tener certeza de nada, “estamos haciendo una lista para que nadie se meta” dice una aguerrida señora que lleva dos días tratando de conseguir un avión para su familia, “hoy nos quedamos toda la noche y no es justo que la gente se empiece a meter”. Apenas son las seis de la mañana y ya hay gritos y golpes “¡este señor se está metiendo!” grita una señora, “es que yo soy de los que compró boleto, tengo prioridad” contesta con gritos y empujones otro, dos tipos más lo calman a punta de trancazos.

 

Bajo la noche y el frío de una madrugada donde no paró de llover, la gente comienza a narrar sus historias. Una chica que vino de vacaciones dejó su automóvil en el estacionamiento del hotel, jamás imaginó que el agua lo pudiera inundar, “mi coche quedó sumergido en el agua, es pérdida total”. Los hoteles de la zona costera, aquellos que son más caros y exclusivos por tener acceso a playa -algunos incluso privada- son a los que peor les fue. “En nuestro hotel empezaron a racionar el agua, luego la comida, tenemos niños pequeños, no podemos seguir así”.

 

Dan las siete de la mañana y luego de casi cuatro horas de espera, llegan los primeros representantes de las aerolíneas. La gente más desesperada es la que madrugó en el lugar, gente que ya no tiene dinero para seguir pagando hotel y comida para una familia de seis o más integrantes. Se les ve cansados, hastiados, con barbas ralas, ropa sucia, enojados con lo mal que se está prestando esta ayuda.

 

Cosa diferente son los mirreyes, los hipsters y demás jóvenes que van llegando casi todos a las 8 de la mañana; aún demasiado temprano para sus estándares. Con camisas Armani o Polo, gafas obscuras y Crocs, los despistados mirreyes preguntan por las filas ‘premiere’, o por la señorita de los boletos. Pobres. En su loca imaginación esto sería tan sencillo como documentarse en un aeropuerto, pero resulta que esto es la calle y se vive la ley de la selva; aquí no hay un Chepe que les levante la cadena para entrar.

 

En el desorden, las aerolíneas -que ni siquiera tienen un megáfono para ir organizando gente- dejan pasar a grupos de recomendados VIP: grupos de gente rubia, ojo azul, mirreyes de alta categoría, o chicas guapas con cuerpo de modelo; todos ellos entran rápido, sin hacer fila, sin desvelo. “Ya llegaron los de la Ibero”, dicen unos. “Eso ha pasado todos estos días, a los güeros guapitos los dejan entrar primero, chinguémonos los pobres prietos”, dice un padre de familia que busca sacar a su familia mientras el espera a que abran la carretera para no perder su carro en el puerto.

 

Los empleados de las aerolíneas simplemente no pueden con tanta gente. Ellos saben de computadoras, de pases de abordar, de boletos y de bandas de equipaje. En el ocaso de lo digital, abordar un avión es algo que ni las aerolíneas saben cómo controlar. De todas las aerolíneas, Volaris resulta en la mejor organizada, el secreto es simple: una pluma, un papel, una lista, formados, nadie se mete. Adelante. Tan simple como eso.

 

Luego del caos, la vista del aeropuerto es de no creerse: hay una gran laguna al centro del mismo, sólo existe una pista libre y los aviones hacen fila para salir. El despegue es un golpe de realidad, en la ventanilla es posible ver el destrozo que la tormenta ha dejado: pueblos sepultados en lodo, cientos casas inundadas, unidades habitacionales completamente sumergidas en agua, la devastación se expande por kilómetros. No se dimensiona el tamaño de la tragedia sino hasta que la has visto desde el aire. Esto es un desastre de proporciones que aún nadie imagina.

 

El aterrizaje en la ciudad de México es todo felicidad, los mirreyes aplauden, felicitan al piloto, se toman la foto pal’ feis, agradecen a la virgencita por haberlos cuidado en este “infierno”, hablan por celular con sus amigos: “wei, ya estoy en DF, ¿hoy dónde es la peda?”.