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Entre vendedores de ropa pirata, devedés, juguetes sexuales, droga, armas, comida, altares a la Santa Muerte, vecindades, callejones, perfumes clonados y electrodomésticos se desplaza el Homo Tepitecus. Fue en Tepito donde Cuauhtémoc, el último Tlatoani azteca, se refugió durante 93 días antes de ser aprehendido y asesinado por los invasores españoles el 13 de agosto de 1521.

Alfonso Hernández (DF, 1945), cronista del llamado barrio bravo, define Homo Tepitecus como un individuo que salió chingón pal putazo, bueno pal baile, diestro con el cuchillo y que no se pone de tiro al blanco. Pero ¿qué significa ser tepiteño en la era de la Transculturización Globalizada? “Una forma de ser que ninguna autoridad podrá expropiar jamás y que no tiene nada que ver con hablar con el acento de Pepe El Toro, aunque en sus leyes lingüísticas están el albur es una batalla y una búsqueda para ser el más chingón, aunque ya se ha complejizado de tal forma que conjuga etimologías griegas, raíces latinas y gramática leperuzca”, responde el llamado Hojalatero Social.

A diferencia de otras regiones de la capital, entrar a las calles del barrio activa todo sistema de alarmas, por lo que los forasteros se dan a conocer inmediatamente por su paranoia acelerada que los hace voltear hacia todas partes como esperando un golpe. Muy pocos lo saben, pero Alfonso Hernández realiza Safari-Tours que inician en el Centro de Estudios Tepiteños (Granaditas 56) y que consisten en visitar azoteas, vecindades, personajes y conocer la gastronomía propia de un suburbio que se convirtió en el ropero de la ciudad de México en tiempos de la Revolución. Aquí, asegura el Hojalatero Social, las señoras inventaron las migas: pan cocinado con salsa roja aderezado con huesos de res.

Para los que tienen miedo de adentrarse sin protección por esta selva, Alfonso Hernández formó el Centro de Estudios Tepiteños (Granaditas 56) donde documenta todo sobre el vecindario y realiza Safari-Tours por lugares donde la nota roja no se mete o se sigue de largo. A los incrédulos les muestra el arte que emerge de esas calles con pobladores forjados en la resistencia, hombres y mujeres trabajadoras que han hecho de la tradición y el reciclaje su esencia. “Otra de las cosas que se aprende en el Barrio Bravo es a tener siempre en chinga a tu ángel de la guardia aunque no es alguien que solape a pendejos o engrandezca a cabrones. Pero ¿qué enseña Tepito al resto de la ciudad? A comer bien, coger fuerte y a enseñarle los huevos a la muerte”.

 

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