Todavía faltan tres días para que Donald Trump tome poder como el Presidente número 45 de Estados Unidos y ya ha hecho mucho daño a México y al mundo.

 

 

Uno de los consejos en la vida cotidiana es que cuando uno se topa con un pendenciero hay que tratar de ignorarlo, darle la vuelta hasta donde sea posible. No hay que engancharse con la agresión de quien busca pleito.

 
En el caso de Donald Trump y específicamente en el de la presión que ha ejercido en contra de la industria automotriz, la peor parte la llevan las empresas que han mordido el anzuelo del Presidente electo.

 
Específicamente dos de las tres armadoras de origen estadunidense.

 
Este sujeto se ha dedicado a disparar hacia todos lados y ha amenazado a un número importante de compañías automotrices que les impondrá un impuesto de 35% para sus importaciones, si no dejan lugares como México y se trasladan a Estados Unidos para dar forma a una producción local.
La que mejor mordió ese anzuelo populista fue Ford Motors Company, que no tuvo empacho en anunciar la cancelación de la construcción de una planta que ya estaba en proceso en San Luis Potosí para aumentar sus inversiones en Estados Unidos.

 
Esto que fue como música para los oídos de Trump resultó un golpe durísimo para los mercados mexicanos. El día que la armadora reculó de sus planes en nuestro país, el peso se depreció y obligó a la comisión de cambios a intervenir con muchos dólares de las reservas.
A los directivos que tomaron esa decisión, amigos o no de Trump, poco les importó las repercusiones que tuvieran para ese otro buen socio y buen cliente que tienen que es México.

 
Fiat-Chrysler siguió los pasos de Ford, y aunque quizá de una forma más discreta, pero sí dolorosa para este país.

 
En la misma mira de las amenazas quedó General Motors, que no mordió el anzuelo del Presidente electo e hizo lo correcto: refrendó sus planes de inversión en la República. ¿Podría cambiar su postura más adelante? ¡Sí!, pero ya será en respuesta a una acción ejecutiva del mandatario de Estados Unidos.

 
Otras armadoras se pusieron del lado de sus propios intereses y fue entonces que armadoras como Toyota, Audi o BMW refrendaron sus planes para México. No mordieron el anzuelo.

 
Hoy empiezan a multiplicarse las empresas mexicanas que se oponen a comprarle un solo automóvil más a Ford. Son también muchos los ciudadanos que ya no consideran tener un auto de esa marca.

 
Esto tiene su grado de injusticia porque esa armadora mantiene una muy importante producción en México -363 mil unidades el año pasado-, pero también es una respuesta en el mismo nivel emocional de morder el anzuelo de Trump.

 
Ford siguió, con miedo o convicción, el dictado de Trump sobre la industria automotriz y ahora tiene que enfrentar a los desilusionados consumidores mexicanos. Seguro midieron su costo de oportunidad.

 
Lo verdaderamente malo de boicotear la compra de vehículos Ford es que puede ser la antesala de una guerra comercial sin cuartel.