El sueño no sólo de todo futbolista, sino de todo aficionado: disponer en el último suspiro del tiempo de compensación, ¡minuto 95 con 53 segundos!, en el partido más importante en la historia del club, de una ocasión clarísima para meter el balón.

 

Un instante para definir una vida. Instante tras el cual ya todo será distinto. Instante que quedará indeleblemente marcado.

 

John Guidetti, delantero del Celta, es un personaje distinto. Por ser sueco con apellido italiano y ascendencia brasileña; sobre todo por haber sido criado en Kenia donde, a diferencia del común de los sobreprotegidos hijos de expatriados blancos, se integró pronto a la sociedad negra, jugó futbol descalzo, conoció la verdadera rutina africana (como testimonio quedan fotografías de equipos con puros rostros negros, salvo por el suyo tan rubio, y orgullosos encabezados de periódicos de Nairobi, cuando el Mánchester City lo contrató en 2008 como apuesta a largo plazo).

 

Nadie le regaló nada. A veces con más carisma y agallas que futbol, pero logró hacerse un hueco en el balompié europeo tras gratas actuaciones con el Celta de Vigo.

 

Para todos hay un momento y el suyo tuvo que ser, debió ser, no pudo ser, el jueves en la noche, cuando a la cuenta regresiva del tiempo añadido no le quedaban más que siete repiqueteos de manecilla.

 

El Celta no disputaba cualquier partido, sino la vuelta de la semifinal de Europa League, mucho decir para una institución que jamás había pasado de cuartos de final en torneo continental y que en España nunca ha ganado más que el título de Segunda División. El Celta no enfrentaba a cualquier rival, sino al mismísimo Mánchester United. El Celta no jugaba en cualquier sitio, sino en el beatificado césped de Old Trafford, teatro de los sueños…, rotos, visto el desenlace y por referir la desgarradora canción de Green Day.

 

En defensa de Guidetti, el balón del que dispuso no era tan cómodo, le toma ligeramente a contrapié. En contra, es el tipo de jugadas que siempre tienen que terminar en el interior de la portería rival.

 

Siete segundos más tarde, el árbitro pitaba el final y Guidetti, desolado, sólo era capaz de quitarse las manos del rostro para acudir a la grada con aficionados viajados desde Galicia, para disculparse. Siete segundos más tarde, tiempo insuficiente para que en caso de haber acertado, hubiera sido alcanzado por su abrazadora tropa en el festejo.

 

No es exagerado pensar que cuando ese taquicardiaco balón avanzaba hacia él, su carrera desde Kenia hasta Vigo pudo haber pasado en cámara rápida por su mente.

 

El sueño no sólo de todo futbolista, sino de todo aficionado. O la pesadilla. Según.

 

Twitter/albertolati

 

aarl

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