Imaginemos que esposan a Agustín Carstens y que el secretario de Gobernación renuncia a su cargo. Ambos vinculados a la corrupción. Imaginemos también que las direcciones del SAT y del IMSS estuvieran abrumadas por la corrupción y que sus respectivas cabezas cayeran como fichas de dominó. Por si fuera poco, que una figura cercana a la naturaleza de una vicepresidencia, por ejemplo el secretario Luis Videgaray, fuera la cabeza de una mafia que desvía seis de cada 10 pesos que ingresan al SAT bajo rubro de impuestos aduanales.

 

Ahora no imaginemos y observemos lo que sucede realmente en Guatemala. No es Carstens pero sí Julio Suárez; no es Osorio pero sí es Mauricio López. No es Aristóteles Núñez pero sí Omar Franco. Es Juan de Dios Rodríguez y no José Antonio González Anaya. Roxana Baldetti no es Luis Videgaray. Era la vicepresidenta de Guatemala hasta dos semanas atrás.

 

El general Otto Pérez Molina perdió las elecciones presidenciales frente a Álvaro Colom en 2007 pero no los sueños de ganarlas algunos años después. Por un momento, Pérez Molina pensó que la oportunidad de su vida quedaría archivada gracias a la ocurrencia tropical de Colom: divorciarse de Sandra Torres para burlarse de la ley que le prohibía a su cónyuge presentarse como candidata para sucederlo.

 

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Es pública la relación sentimental que mantiene el presidente Otto Pérez Molina con Roxana Baldetti, la figura que lo ha motivado durante las últimas dos décadas. Dueña de centros de relajación (spa), Baldetti vio crecer su fortuna en pocos años. Era su sueño desde que participó en un certamen de Miss Guatemala, pues aunque perdió, no dejó de ilusionarse como escaladora social. Su patrimonio pasó de 10 mil dólares, hacia finales del siglo pasado a 60 millones de dólares en 2015. Sus recibos de pago como vicepresidenta no cuadran con los 60 millones de dólares. Maga en el blanqueo de dinero, su fortuna la distribuye en mansiones y gustos snob. Baldetti y Pérez Molina viajan cotidianamente a Nueva York para caminar como dulces tórtolos sobre la Quinta Avenida.

 

El general Pérez Molina no olvida las estrategias que aportó para derribar al dictador Efraín Ríos Montt en 1983 ni las cámaras de Univisión a quienes narró la (primera) captura del Chapo Guzmán bajo un operativo en el que intervino con agallas. Con orgullo reconoce que su campaña fue financiada por las cuatro principales fortunas chapinas y que de vez en vez realimenta su amistad con un narcotraficante de apellido Mendoza. No hay que olvidar que 80% de la cocaína que ingresa a Estados Unidos pasa por Guatemala.

 

Todo indica que delegó en Baldetti la organización de la célula La Línea. Se trata de una costumbre que los dictadores implantaron para vaciar las arcas del Estado a través de estructuras mafiosas que penetran al fisco en las aduanas. Derecho de piso. Así lo replicó el general Pérez Molina en manos de Baldetti. Ella eligió a un delincuente, Juan Carlos Monzón, para que fuera el vínculo con el SAT. Participante en una cuadrilla de ladrones de coches, Monzón operó la estructura que ordeñó al SAT al tiempo que una parte importante de guatemaltecos cumple con el pago de impuestos pensando que el dinero es invertido por el Estado en mejoras del país. Sueño fallido.

 

La fragilidad de las instituciones guatemaltecas fue asimilada por la Comisión Internacional contra la Impunidad Guatemalteca, brazo de Naciones Unidas que mediante 60 mil intervenciones telefónicas logró armar el rompecabezas donde la última pieza por caer es la del general Otto Pérez Molina.