El 16 de octubre pasado cumplió tres años de muerto el periodista y maestro de periodistas Miguel Ángel Granados Chapa. ‘Los muchachos locos del 76 aquel’ disfrutábamos de sus clases que eran conferencias, para inculcarnos la ética y la responsabilidad periodística en un país en donde navegar en barcos de papel era lo más complicado por la relación entre el gobierno y la prensa.

 

Él ya había vivido en carne propia la represión a Excélsior el 8 de julio de en 1976 y sabía de lo que hablaba. Pero a sus alumnos nunca nos inoculó el odio o la confronta: si la responsabilidad de ‘nunca publicar lo que no puedan probar’ y que ‘el periodista es como el árbitro de fut bol: tiene que silbar cuando se comete un infracción; esa es su tarea’…. Y mucho más.

 

Ya en el trabajo cotidiano era de una múltiple enseñanza trabajar con él. No sólo era un privilegio que muchos de sus alumnos queríamos tener porque ya era un periodista emblemático de México; y lo era también porque aprendíamos aun más. Veíamos cómo investigaba, reporteaba, preguntaba, checaba su información y luego escribía, de un tirón: era la experiencia puesta a disposición de los muchos medios en los que publicó a lo largo de su vida: los últimos años en el periódico Reforma en donde está, además, uno de sus alumnos más queridos: René Delgado.

 

Era un hombre amoroso con sus amigos, y con sus alumnos digamos cariñoso: Preocupón por lo que hacían o dejaban de hacer: sentía que era parte de su responsabilidad vital: “… cuando mis alumnos tienen éxitos profesionales, los siento como míos”. Y lo decía en serio.

 

 

Le gustaba la bohemia. Cantaba. Se reunía con amigos y en esos momentos disfrutaba en la trivia y dejaba la profunda para la máquina de escribir, a la que dedicaba la vida y en la que escribía con dos dedos a toda velocidad. Cuando murió a los setenta años, era sin duda, el gran periodista mexicano por su rigor y por su sentido de responsabilidad. Hoy no tenemos uno de ellos. ¿O sí?…

 

Sin duda hoy se sorprendería del grado de descomposición social y del redescubrimiento de corrupción política en México al que hemos llegado. No es novedad. Las leyes están hechas para que la sociedad camine por las rutas de la convivencia y la armonía, para la vida en paz: esto es así porque muchos prefieren salirse del camino y buscar atajos o poner atajos y peligros a otros…

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Foto: Cuartoscuro

 

Corrupción siempre ha habido aquí. Samuel I. del Villar se empeñó en solucionar un problema que nos viene desde la Colonia. Pero no pudo, porque muchos se le echaron encima. Así que todo esto ya estaba ahí y de ello dirimía Granados Chapa todos los días… Hoy es más.

 

Hoy, además de los controles informativos gubernamentales, el periodista tiene que remar en aguas cenagosas como es el crimen organizado y la corrupción municipal, estatal y aun federal.

 

 

El peligro acecha para aquellos periodistas que viven y trabajan en zonas de alto riesgo. Sobre todo aquellos que se ocupan de temas políticos o de narcotráfico y crimen organizado. Ya es un hecho que cuando publican una denuncia por delitos políticos o criminales está en riesgo su vida…

 

 

Tan sólo en los diez años recientes, que es cuando se ha incrementado este fenómeno de descomposición nacional han sido asesinados en México 80 periodistas y 17 han desaparecido, según informa la asociación Reporteros sin Fronteras. Y aun más: la sociedad civil que se atreve a denunciar a través de sus propios medios, como son ahora las redes sociales, también están en riesgo, como ya ocurrió hace apenas unos días…

 

 

El 15 de octubre desapareció –o fue ‘levantada’, que se dice-, la doctora María del Rosario Fuentes, que con el seudónimo de Felina hacía labor social desde Reynosa, Tamaulipas, y quien denunciaba los peligros del narcotráfico en la zona. En su cuenta de Twitter y de Facebook transmitía peticiones de enfermos que requerían donaciones de sangre, publicaba fotos de personas extraviadas, hacía campañas de prevención de males como cáncer o dengue… Y denunciaba acoso criminal… Hoy no se sabe de ella.

 

 

O como el caso de Atilano Román Tirado, quien el 11 de octubre transmitía en vivo su programa semanal “Así es mi tierra” en Mazatlán, Sinaloa. De pronto dos hombres irrumpieron en la cabina de transmisión y lo asesinaron ahí. El periodista, a menudo, criticaba a las autoridades locales por mal gobierno.

 

 

El acoso a los periodistas en zonas de peligro es permanente y así como el gobierno federal tiene como prioridad el rescate de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y hacer justicia en el caso de los muertos el 26 de septiembre en Iguala, de la misma manera está el problema de la muerte de tantos periodistas y desaparecidos en todo México.

 

 

Todo junto hace un panorama extremadamente enrarecido y, sí, peligroso. Vivimos la más grande crisis de gobierno en muchos años. La frecuente coalición entre crimen organizado y autoridades de seguridad o políticas da como resultado Ayotzinapa o Tlatlaya.

 

 

El periodismo nacional, y sus operarios, están en peligro ¿quién se ocupa de su cuidado y protección?

 

 

En todo caso nos queda lo que nos heredó Miguel Ángel Granados Chapa, para estos días aciagos. Lo dijo en 2008, durante su discurso de recepción de la Medalla Belisario Domínguez, en el Senado de la República:

 

 

“Tenemos adversidades como la pobreza, el crimen organizado o la corrupción, pero llamo a la ciudadanía a no dejarse abatir por esos problemas. La situación no es un desenlace inexorable, podemos frenarla; hagámoslo, y con la misma fuerza reconstruyamos la casa que nos albergue a todos o erijámosla, si es que nunca la hemos tenido”.

 

                                                                                                                                                                                   

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