Los periódicos se encuentran en terapia intensiva esperando el milagro de salvación. No se han percatado que su misión ha sido trastocada por Google. Cuando uno va a la ferretería difícilmente le pide al vendedor hoyos de pared; generalmente solicita clavos y martillo. Quien desea consumir información no necesariamente busca al voceador para solicitarle un periódico. Mutación revolucionaria en tiempo y espacio.

Acudir a Google para pedirle información siempre es grato. El tiempo y espacio forman parte de la estética humana de la comodidad.

 

Tras bambalinas, la mutación que sufren los formatos de información también revolucionó al sector publicitario. En pocas palabras, consumir información en el siglo XXI procede de una derivación tecnológica y temporal.

 

Un buen día los editores franceses solicitaron una reunión con el entonces presidente Sarkozy. Llegaron al Palacio del Elíseo para expresarle el temor de que, pronto, Google se encargaría de devorar a Le Monde, Libération, Le Figaro, L’Équipe, entre muchos otros.

 

Sin embargo, su preocupación angustiante no era Google, sino más bien la publicidad. Al pasar de los años las pautas publicitarias caen irremediablemente. Sarkozy conjugó en una ecuación el problema: el trasvase publicitario a Google produce un cambio climático en los periódicos: sequía financiera.

 

Para aterciopelar el subsidio gubernamental, el presidente tuvo la inteligencia de favorecer a los estudiantes de première y terminale a través de suscripciones gratuitas para ellos. Plausible estrategia gubernamental para velar por la icónica tradición sociológica del francés que compra Le Monde, desde el ángulo izquierdo, y Le Figaro bajo el manto de la derecha conservadora. Claro, siempre habrá un François Mitterrand cuyo periódico favorito, antes de Le Monde era L’Équipe.

 

Entre 2009 y 2011 el gobierno francés entregó 5 mil millones de euros (85 mil millones de pesos) a periódicos y revistas para darles una bocanada de oxígeno financiero. Los subsidios directos procedían, principalmente, del ministerio de Cultura y Comunicación, bajo el rubro de ayudas a la difusión, al pluralismo y a la modernización.

 

Las cabeceras que más recibieron dinero son Le Monde (promedio anual de 18.5 millones de euros, 314.5 millones de pesos), Le Figaro (292 millones de pesos), Ouest France (258), Libération (168) y Le Nouvel Observateur (132), entre otros.

 

A corto plazo, los compromisos financieros se disiparon pero sabemos que, a diferencia de la economía, la definición del tiempo a través de Google no depende de las transformaciones de los sistemas de producción industrial, sino de los nanosegundos marca Google. La lectura es clara, la demografía juvenil ya no quiere leer ediciones en papel porque su sensación es que es limitada, finita o acotada a las páginas, por lo que no hay posibilidad de sentirse liberados a la hora de informarse; simplemente, los jóvenes leen las cabezas que, como bolas de nieve, van creciendo de tamaño a través de Twitter. Aquella que les gusta la desdoblan con su mando integrado al cuerpo: el dedo. De esta manera, nuevamente la crisis económica cala en las salas de redacción de los periódicos franceses.

 

Los editores franceses regresaron al Palacio del Elíseo y en esta ocasión hablaron con François Hollande. La crisis, otra vez, les agobia. De manera clara revelaron el nombre del verdugo: Google. La primera solución que les prometió el presidente francés fue intervenir al mercado a través de una ley para obligar a la empresa estadunidense a pagar por los derechos de autor. No fue necesario. El simple amago  convenció al corporativo Google de subsidiar a los periódicos y revistas. Misión cumplida. Si anteriormente Sarkozy sacó 5 mil millones de dólares de la cartera estatal, ahora es Google el encargado de otorgarles una contribución de 60 millones de euros (mil millones de pesos). La relación 5 a 1 revela el poder Google: 5 euros dio el Estado; 1 euro dará la empresa. Los periódicos franceses utilizarán el dinero para reformar sus anquilosadas áreas cibernéticas y de diseño.

 

Jeff Jarvis, autor de What would Google do?, calificó al acuerdo como “una estafa y un chantaje (…) Lo que ha pasado en Francia es que los editores, con la ayuda de su Gobierno, han secuestrado y chantajeado a Google” (The New York Times, 5 de febrero).

 

Jarvis puede tener razón a corto plazo, pero en términos estratégicos, a largo plazo, la estafa ocurrirá en sentido contrario. Es Google quien se convierte en una especie de accionista de 160 periódicos generalistas y revistas francesas. Ahora no tiene voz ni voto; no existe ninguna razón de que sí los tendrá muy pronto.

 

En pocos años la integración vertical de Google arrojará como resultado la creación de un monopolio vertical, el fin de los periódicos.

 

Para tratar de comprender a las tendencias es necesario seguir al mundo publicitario. Y la tendencia es la salida del papel periódico. Un ejemplo es DigitasLBi, cuyo crecimiento no encuentra obstáculos. Lo mismo que la propia agencia de Google, AddWords.

 

El trasvase de publicidad física a digital es súbito.

 

Sarkozy con dinero y Hollande como negociador, tratan de prolongar la vida al mundo del papel. Al hacerlo, no necesariamente incentivan a los cerebros de las empresas periodísticas. Lo que han hecho es intervenir al mercado de la prensa.

 

Google news es una pequeñísima rama de un árbol que tiene futuro por las alturas que lo esperan. El diario The New York Times sabe que su versión impresa tiene una esperanza de vida no mayor a los tres años; muchos de los mexicanos no dependen de Google pero sí del gobierno.

 

En las pantallas convergen las redes sociales y ellas son las que distribuyen, seductoramente, las noticias.

 

El cambio climático en los negocios también está acabando sectores tradicionales.

 

Lejos se encuentra Jean-Paul Sarte con su Libération en mano.

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