LONDRES. El presidente Peña Nieto aterriza en Londres en un momento en el que el premier británico se juega la reelección. Faltan dos meses para los comicios y poco más de un mes para que inicien las campañas mediáticas, aunque sabemos la fecha que terminan las campañas pero nunca cuándo inician por la sencilla razón de que el tiempo real exige guiños y entrenamiento de medios durante toda la temporada.

 

Dicen algunos politólogos británicos que David Cameron tiene una doble preocupación: no es segura la victoria y la amenaza del Partido para la Independencia de Reino Unido (UKIP) lo tiene contra las cuerdas (de la radicalización); ya sabemos, si gana Cameron en mayo llevará un referéndum en 2017 con el que Reino Unido podría salir de la Unión Europea.

 

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No es Pablo Iglesias ni Alexis Tsipras aunque también se encuentre en los extremos; tampoco es Marine Le Pen aunque comparten las agendas antiinmigrante y antieuropea. La francesa no quiso negociar sinergias con el británico Nigel Farage por lógica histórica.

 

La ruptura de los bipartidismos europeos es algo más que una casualidad, se trata de una moda que agrupa la sumatoria de miedos que recorre el viejo continente. En el despeñadero ya están los griegos Nueva Democracia y Pasok o los italianos Partido Democrático y Unión de Demócratas Cristianos. En España ya están a centímetros el Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español.

 

Al igual que Beppe Grillo o Marine Le Pen, Farage asusta pero propone remedios inmediatos; como Pablo Iglesias, Farange no está en la Cámara de los Comunes, pero a diferencia del español, el británico sí está sentado en el Parlamento de Estrasburgo.

 

Es Farage quien ha cambiado a Cameron y no Cameron el que lo ha hecho con el líder del UKIP. Si Pablo Iglesias construyó su rating en el programa de televisión la Tuerka, Farage lo hizo en el George&Dragon, el bar del barrio donde nació: Downe (Kent), a 25 kilómetros al sureste de Londres.

 

Farage genera empatía porque se coloca del lado de los ciudadanos. Sorteó a la muerte a los 21 años en un accidente automovilístico al estar su cuerpo invadido de alcohol, y posteriormente lo hizo nuevamente con un cáncer testicular.

 

Farage se encuentra entre los espectros populista y moralista. En contra de sus deseos está a favor de la legalización de las drogas y la prostitución aunque la liga se rompe cuando aborda el tema del matrimonio gay. Imposible.

 

Pero para que a Farage se le compare con Iglesias es necesario ubicar al bipartidismo británico en coordenadas de corrupción similares a las del PP y PSOE. Dos ejemplos: Financial Times recuerda que hace unas semanas el famoso laborista Jack Straw ofreció su tiempo libre para realizar cabildeo y ganar unas libras de más en su austera vida. El problema es que se trató de una broma por parte de los periodistas que se hicieron pasar por empresarios y, ante la puerta del ex canciller Straw, tocaron para encontrar un milagro. Para recordar el último éxito de los laboristas nos tendremos que remontar a la Tercera Vía de Anthony Giddens, y ya le llovió a su protagonista, Tony Blair.

 

Por el lado de los conservadores, David Cameron se ha de llevar las manos a la cabeza cuando se enteró que Rebekah Brooks se reincorpora al emporio de Murdoch. Su ex pareja, Andy Coulson fue vocero de Cameron y de ahí saltó como director del periódico sensacionalista News of the World, desaparecido por hacer de la tragedia un show. Recordemos el capítulo de los vínculos de periodistas de ese medio con la policía para jugar con la vida de un niño que había sido secuestrado y asesinado y que, bajo las estrategias de marketing del periódico, intentó hacer creer que el niño continuaba con vida.

 

En efecto, para que el populista Farage mantenga en vilo a Cameron, los atentados en París y la crisis del euro le han entregado una especie de bono electoral. El miedo viene del exterior: de Francia, de los irresponsables griegos, de los yihadistas y de Putin.