El gobierno chino no interrumpe la programación habitual del canal de televisión estatal a pesar de que sobre el puerto de Tianjin se expande una nube de cianuro de sodio; debajo de ella, decenas o centenas de muertos. Los detalles, es decir, la verdad, al parecer es lo de menos para Xi Jinping.

 

Una cursi telenovela (sin redundancia programada) como fuente de emociones no debe de interrumpir la cotidianidad del país-industria. En su momento y en México ya lo pensó Miguel de la Madrid. El show debe de continuar, lo mismo para impedir que la tristeza colonice a los televidentes, por decreto contentos, que para cubrir las cifras del terremoto del 19 de septiembre de 1985.

 

China Port Explosion_Sald

 

No tiene caso alarmar a los habitantes de la zona cero de Tianjin, y sobre todo, a aquellos que cómodamente se encuentran en pantuflas frente al televisor, alimentando su ocio a través de un culebrón surcoreano. Probablemente se trate de 시크릿 가든 (El Jardín Secreto), una historia globalmente premiada. Para qué alertar de inminente peligro y muerte si la piel de borrego que cubre el interior de las pantuflas y la gran actuación de los actores aportan más útiles de felicidad a los chinos que un espantoso y amarillista noticiero.

 

Algo más, Xi Jinping ordena a su ejército cibernético bloquear 360 cuentas en redes sociales; al parecer, los robots del servicio secreto han detectado palabras de pánico, mentiras disfrazadas de alertas o simplemente llanto en 140 caracteres. El gobierno da instrucciones que la primera y última palabra la tiene la agencia de información Xinhua, la voz oficial del Partido Comunista, es decir, de Xi Jinping. Todo bajo control y los muertos como eufemismo de determinismo químico imposible de eliminar.

 

Evo Morales y Nicolás Maduro viajan a La Habana como si se tratara de un Disneylandia anti imperialista. El principal atractivo es Fidel. Y no es que los dos presidentes sean un par de irresponsables personajes de segundo nivel, no. La realidad es que la pachanga de los 89 años del principal atractivo de La Habana valía la pena. En una de las fotografías permitidas por el órgano de control de información aparecen los tres simpáticos líderes en una especie de carrito de golf. No lo es pero el contorno de la fotografía propone al observador esa idea.

 

Lejos o cerca (Fidel nunca teclea su ubicación en Periscope) del lugar donde se lleva a cabo la pachanga de los tres amigos, en la avenida 23, un grupo de jóvenes descarga en la atmósfera Android, Facebook: “Cuando me puse a usarlo sentí que estaba en contacto con el mundo entero. Nosotros siempre hemos estado encerrados en la isla y ahora podemos hablar hasta con gente en China”, declara Rassel Inciarte, de 30 años al periódico El País (14 de agosto). A Rassel, y a millones de cubanos que tienen su edad o menos, poco les interesará conocer la estrategia que buscó el trío de amigos a través de esa fotografía.

 

¿Preámbulo de la visita de John Kerry a la isla para izar la bandera en el interior de su embajada? Lo que le interesa a Rassel es subir al conjunto de externalidades positivas de la revolución tecnológica. La otra revolución. La del conocimiento. La que rompe con la retórica de la revolución de los barbudos; la que hoy poco aporta al futuro de los jóvenes.

 

Mientras tanto, The New York Times publica nuevos capítulos de las alianzas estratégicas entre la Agencia Nacional de Seguridad (NSA). Ahora con AT&T. Ya lo sabíamos, pero la novedad está en el tipo de metadatos. Nuevamente el presidente Obama despellejándose del prestigio que le arropa su política exterior (Irán, Cuba, India).

 

China, Cuba y Estados Unidos, y sus tres presidentes. Rebasados por las redes y los nodos que se han instalado en lo que parece ser una atmósfera paralela.