Los aviones en Manhattan redimensionaron la naturaleza del odio en manos terroristas. Quienes vimos las escenas a través de la televisión en tiempo real las llevaremos en nuestro cerebro hasta el agotamiento de la memoria. Al género non fiction se le puede conocer como hiperrealismo dramático.

 

El 11 de septiembre de 2001 tendrá que ser recordado como el inicio de siglo del tiempo real, lapso en el que se cree sólo lo que se ve a través de pantallas mientras que la reflexión pasa al basurero nihilista. Sin embargo, y como lo escribió Jean Baudrillard, las escenas en las que los vuelos 11 y 175 de American Airlines y United Airlines, respectivamente, son empotrados en las Torres Gemelas ya las habíamos visto a través de alguna ficción fílmica.

 

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Pienso en una de ellas, Aeropuerto 1977, dirigida por Jerry Jameson con Jack Lemmon como actor. Un Boeing 747 es secuestrado por un grupo de delincuentes con el objeto de robar un conjunto de obras de arte que viajan en él. Al desviar la ruta, el avión cae sobre el paradigmático Triángulo de las Bermudas, una arquetípica zona donde las leyes de la física son sustituidas por guiones hollywoodenses.

 

En efecto, nos hemos acostumbrado a asimilar nuestro sistema de vida a la evolución del morbo mediatizado. Y en tiempos canallas del Estado Islámico es muy peligroso para el basamento de la ética andar en búsqueda de muertos desde la comodidad del sillón y la pantalla de plasma.

 

El martes, después de que se diera a conocer la noticia del accidente (o ataque terrorista) del vuelo de Germanwings, que intentaba cubrir la ruta Barcelona-Düsseldorf, un conjunto de especulaciones globales cubría la cima de la información de los medios de comunicación. En México, se podían leer entre líneas tuiteras algunas filtraciones que intentaban intoxicar el ambiente a cambio de dos beneficios: mediatizar (rentabilizar) el morbo y girar unos grados la atención sobre asuntos políticos. Los ganadores son evidentes, y como tal, lo menos es mencionar sus nombres.

 

Las ediciones impresas de Le Monde, El País y The Guardian del día después de la caída del avión no mencionan los nombres de los pasajeros que viajaban en el vuelo 4U9525 de Germanwings por una sencilla razón: las directivas europeas en materia aeronáutica obligan a los gobiernos a esperar a que trabajadores de la aerolínea siniestrada se pongan en contacto con los familiares de las víctimas para avisarles directamente sin la intervención de medios de comunicación ni de las oficinas de comunicación social de los gobiernos. Sin embargo, en el siglo del tiempo real, es imposible que los protocolos se adapten a la dinámica del siglo pasado. Ahora, son tuits los que (des)informan o articulan estrategias de comunicación de acuerdo con agendas personales, de empresa o de oficinas gubernamentales.

 

Diversos medios de comunicación mexicanos hicieron realidad un tuit escrito por manos del área de comunicación social de la cancillería mexicana: “Una tercera persona mexicana podría encontrarse entre víctimas en el avión accidentado en Francia”. Entre el “podría” al “es”, se encuentra el protocolo que sólo la compañía aérea Germanwings podría liberar. Al momento de escribir estas líneas no sólo no estaba liberado el protocolo sino que continuaban las inconsistencias en la información: mientras que la aerolínea afirmaba que el número de nacionalidades entre los pasajeros es de 18, el presidente francés decía que era de 15 países.

 

Pero para el morbo mediatizado que una agenda perversa desea girar los grados de atención hacia la muerte aérea, poco importan los protocolos. Confundir el pasaporte español con el mexicano es una nimiedad porque todos habitamos el planeta Tierra.