Las promesas políticas casi siempre son mentiras electorales. Sin mentiras no hay futuro, diría el político anodino, es decir, promedio.

 

En el momento de escribir estas líneas continuaba la reunión del Eurogrupo en Bruselas. El posible acuerdo se puede posponer 24 horas.

 

Alex Tsipras ganó las elecciones el 26 de enero articulando una retórica anti austericida, es decir, en contra de las pautas impuestas por la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional). La naturaleza de los comicios fue plebiscitaria: sí o no a la troika; sí o no al austericidio.

 

Como todo político, Tsipras maximizó la rentabilidad en tiempo presente. Nueva Democracia y Pasok, los partidos centristas que comenzaron a hundir a Grecia el día en que manipularon las cifras macroeconómicas con tal de ingresar a la Eurozona, llegaron sin fuerza a las elecciones. Estado anémico que fue aprovechado por Syriza, la izquierda radical anti troika.

 

Hace seis meses Tsipras prometió suspender los pagos de la deuda hasta que la economía se recuperara. Los griegos se excitaron al escuchar las soflamas. Más empleo y más crecimiento fueron las condiciones que reveló Tsipras para liberar los pagos a la deuda. Prometió preservar las pensiones y no gravar los medicamentos. La excitación creció entre la sociedad. Ahora sí, Bruselas no impondrá al primer ministro, exclamaron muchos, pensando en el alineamiento de Papandreu ante Bruselas.

 

Y sí, los griegos castigaron al bipartidismo. Lo aplastaron. Syriza logró entre tres y cuatro votos de cada 10. Suficientes para rozar la mayoría en el congreso.

 

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Pero la fiesta electoral concluyó la misma noche del 26 de enero. Al gobernar, las mentiras se pueden utilizar como tácticas pero nunca como estrategias. En los últimos 15 días Tsipras estiró demasiado la liga. Todo para preparar el escenario de la decepción política entre su electorado. En 10 días los griegos retiraron del banco más de cuatro mil millones de euros (desde noviembre, una cuarta parte de los depósitos han sido retirados del banco). Tsipras dejó sin aceite a los mercados, es decir, sin confianza.

 

De entrada orquestó una guerra retórica en contra del FMI; Yanis Varoufakis, ministro de Economía, calificó a la institución como criminal. Ante el agravio, Christine Lagarde, su directora gerente, le respondió con humor negro: “Hola, soy la criminal en jefe”.

 

El análisis costo-beneficio que ha de haber realizado Tsipras a la hora de proyectar el posible escenario de su salida del Eurogrupo le arrojó resultados desconcertantes. En los mercados internacionales nadie le otorga créditos a un costo de dinero tan bajo (2.4%) como la troika; tampoco los plazos de pago (30 años). Es decir, la troika le ofreció a Tsipras esparcir espuma a lo largo de la pista de aterrizaje forzado para el avión griego que no tiene tren de aterrizaje.

 

La Eurozona, como red supranacional, mantiene firme el control del gasto público pensando en desincentivar a gobiernos populistas, cantamañanas. Aun así se logran colar. Claro, y hay que reconocerlo, en Grecia, el bipartidismo puso todo de su parte para hundir al país. Es decir, a Tsipras le heredaron decisiones complejas.

 

Inicia una nueva etapa política en Grecia. Syriza no cumplió con su promesa que, como palanca, lo catapultó en las pasadas elecciones: suspender pagos. No hay paradoja de por medio, simple casualidad. La cuna de la política tiene que reinventarse, de lo contrario, los mandatos supranacionales debilitarán a los políticos domésticos.

 

Un determinismo político nubla el ánimo griego porque se mantiene viva la idea de que sin mentiras no hay futuro. Así que lo mejor es seguir mintiendo.

 

Tsipras, hoy y con el mínimo gramaje de honestidad, tendría que convocar elecciones. De lo contrario continuará siendo el cantamañanas que promete vencer en duelo de vencidas a la troika.