Desde México, no todas son malas noticias alrededor de la eclosión de Donald Trump. Gracias a él ha brotado un ornamento estético teñido de naftalina por nacionalistas, por ejemplo, Mariana Gómez del Campo, Layda Sansores y Jorge Luis Preciado.

 

Como niños héroes, el trío le recriminó a quien en su momento era candidato para viajar a Washington como embajador, Miguel Basáñez, que no realizara un performance frente a la comisión del Senado. Para el trío de niños héroes, Basáñez tuvo que haberse desgarrado su traje en nombre del nacionalismo mexicano por los decretos constitucionales del precandidato republicano Donald Trump.

 

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Si Trump fuera presidente, el Estado Islámico se convertiría en un sistema nervioso enloquecido por el miedo de ver al ejército estadunidense invadir Irak, Afganistán y Siria de manera simultánea. (¿Se acuerdan de la línea roja que rebasó Bachar al Assad y que, en teoría, Obama tuvo que haber dado la orden de derrocarlo?). Las externalidades de una invasión terrestre afectarían desde Arabia Saudita hasta Turquía, pasando por Libia, Jordania e Israel. Rusia cerraría filas con Al Assad y probablemente aprovecharía para cobrar factura a Petró Poroshenko, el empresario chocolatero que un buen día despertó como presidente de Ucrania, y a lado de él, había una Crimea rusa.

 

Si Trump fuera presidente, y bajo la hipótesis de que continúe existiendo el planeta, Nabisco cambiaría su corporativo a la Patagonia y sus plantas industriales a las Malvinas. Su producto estrella, galletas Oreo, se vendería a través del contrabando organizado en los duty free de Las Vegas y Miami.

 

Si Trump fuera presidente, las escuelas de idioma en Estados Unidos se convertirían en atractivos espacios para levantar torres Trump. Después de que Donald le recriminara a Jeb Bush su terrible costumbre por hablar español con su esposa, los profesores de idiomas se verían en la necesidad de buscar chambas más atractivas, como por ejemplo, leer las obras literarias de Trump en las bocas del Metro para motivar a los pobres empleados que no han logrado cambiar el “chip motivacional” como el que usa Trump.

 

Si Trump fuera presidente, enviaría varios drones para lanzar proyectiles en contra de Julian Assange, hospedado en territorio ecuatoriano en Londres. A Edward Snowden lo tiene que ubicar en el radio terrestre ruso.

 

Si Trump fuera presidente, recibiría a Marie Le Pen en la Casa Blanca como toda una estadista. Le ayudaría a derribar el Parlamento de Estrasburgo, los edificios eurócratas de Bruselas y el Banco Central Europeo; apoyaría a Geert Wilders para que ocupe la silla más alta de Naciones Unidas; al Vlaams Belang de Flandes lo convertiría en una ONG para que auxilie a mandatarios en su lucha con refugiados subsaharianos y sirios que insisten en llegar a Berlín.

 

Si Trump fuera presidente, expulsaría a su antecesor, Barack Obama, por haber traicionado a la patria después del pacto con Irán. La necesidad de un eventual regreso de Mahmud Ahmadineyad se convertiría en un asunto de emergencia iraní. Bombas atómicas cruzarían los cielos del planeta en busca del conductor de talk shows. Por supuesto que la interpretación que le daría Benjamin Netanyahu a semejante caos sería la de un ataque antisemita. Aliado de Trump, Netanyahu respondería como las circunstancias obligan. Momento idóneo para acabar con el loco de Ahmadineyad.

 

Si Trump fuera presidente, atacaría a la Hermandad Musulmana, simplemente por simpatías con el general egipcio Abdelfatah Al Sisi.

 

Como culpable del caos económico, Xi Jinping sería secuestrado por un comando de la CIA para llevarlo a la cúspide de la Trump Tower. Desde ahí, y con Jorge Ramos narrando el suceso, Trump le daría el empujón al vacío.

 

Pero como Trump no será presidente, lo más depresivo es que el trío mexicano seguirá regañando a Basáñez por no desangrar a Trump.