El día después, o sea, mañana, el monstruo del lago Ness dejaría de ser británico (ahora, los partidarios del Yes por una Escocia como un país independiente utilizan al viejo monstruo que deja ver su cuerpo ondulado sobre el agua dulce, loch Ness, para tratar de convencer a los indecisos que el turismo llegará al lago para observar al enigmático monstruo, de ahí que ahora le llamen Yessie); habría una bronca fenomenal en el seno de los servicios de inteligencia por el legado de James, James Bond: ¿Sean Connery o Roger Moore? (El primero, escocés, a sus 84 años, promociona el Yes con algo más que histrionismo, mientras que Moore, inglés, apuesta por el no.); los británicos se distanciarían del legado mítico de los creadores de la televisión, el teléfono, la radio, la máquina de vapor, la penicilina, la bicicleta moderna de pedales, el golf… y el whisky, cuya industria mueve cuatro mil millones de euros al año en exportaciones.

 

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En efecto, todas ellas, contribuciones de escoceses al mundo. Claro, si el día de hoy gana el Yes, los escoceses perderán los vínculos con Shakespeare, el genio de la duda literaria. Ser o no ser, una nación.

 

La emoción por estrenar país está en función de los problemas que tienen los escoceses con los británicos, el grado incontrolado que tiene la sociedad por mostrar una identidad lejana a la británica o los intereses económicos que una mayoría no querría compartir con los británicos, por ejemplo, el petróleo. Aberdeen es la tercera ciudad escocesa cuyos habitantes se piensan más cercanos a Oslo que a Londres porque gran parte del 60% de las reservas de crudo de la Unión Europea se ubica en esa zona.

 

Estrenar un país llamado Escocia también está en función del distanciamiento con los tories, en particular, con su líder, el premier David Cameron. Así lo reflejan los representantes escoceses en la Cámara de los Comunes (Parlamento británico): sólo uno de los 59 diputados es conservador. Desde Edimburgo la burla se resuelve de la siguiente manera: “Existen más osos panda en el zoológico de Edimburgo que conservadores escoceses en la Cámara de los Comunes”. Y sí, al parecer, el parque temático animal tiene dos habitantes panda. David Cameron acusó de recibo tal broma al decir: “Si no les gusto o no les gusta mi gobierno, no vamos a estar para siempre; pero si dejan al Reino Unido, eso será para siempre”. Lo dijo el pasado domingo, después de que los números demoscópicos le dieran un giro a la contienda entre el y el no.

 

Hace dos años, cuando Cameron pactó el referéndum con el líder del Partido Nacional Escocés, Alex Salmond, una minoría de escoceses deseaba la independencia del Reino Unido. Cameron se sentía seguro de la victoria del “no”; su confianza era tal que rechazó una segunda pregunta promovida por Salmond. Tenía que ver con beneficios para la autonomía escocesa en caso de que no se independizara de Reino Unido. Cameron la rechazó, quedando sólo la pregunta sobre la independencia de Escocia.

 

Ahora, dos años después, el entusiasmo de Salmond ha dividido a los escoceses. Hace 10 días el “sí” sacaba ventaja al “no” por dos puntos. La brecha se ha reducido y, al parecer, la victoria del “no” se ubicará en un rango entre dos y cuatro puntos.

 

Las dudas terminan cuando se habla de economía. Salmond insiste que una Escocia independiente seguirá utilizando la libra esterlina, Cameron lo niega.

 

Salmon insiste que Escocia continuará perteneciendo a la Unión Europea, Bruselas no lo confirma. Lo único seguro es que en un plazo de 18 meses, que es el tiempo estimado por Salmond para llevar a cabo la transición, Escocia tendría que solicitar su adhesión a los 28 miembros de la UE quedando en el aire dos votos: el del Reino Unido y el de España. ¿Cameron votará a favor? ¿Rajoy también, azuzando involuntariamente a los catalanes pro independentistas? Basta un voto en contra para que Escocia no ingrese a la UE.

 

Pero si preexistieran las dudas sobre la eurocracia y la macroeconomía, los escoceses no han resuelto las dudas sobre el destino de sus pensiones. Lo único que escuchan es que el Royal Bank of Scotland no regresará a Edimburgo después de que el gobierno británico lo rescatara de la tormenta financiera hace ya algunos años.

 

Salmond asegura que el vínculo soberano de la reina de Inglaterra no se romperá. Nadie lo confirma. Salmond decide qué se va y qué se queda. Cameron también. Y los dos no coinciden. Salmond dibuja un escenario idílico en caso de que ocurra la independencia pero Cameron le hace de Nostradamus: dibuja un futuro sombrío para una Escocia independiente.

 

Hoy conoceremos el resultado. Hoy sabremos el destino del monstruo del lago Ness.