La monarquía británica acumula sus reliquias en el interior del periódico The Telegraph y en las revistas cuyos espacios publicitarios son adquiridos por modistos de marca.

 

En la biografía de la reina Isabel II se acumulan sueños compartidos por plebeyos transmodernos que dejaron de ser posmodernos el día en que murió Diana de Gales. Sin embargo, la reina es el último icono de cohesión entre los británicos porque su imagen abreva a los nostálgicos del imperio.

 

Reino Unido tiene a Mourinho y la liga de futbol más cosmopolita y competitiva del mundo; de ahí que su selección nacional fracase cada cuatro años en los mundiales. El nacionalismo británico-peatonal se pierde en los estadios-geocéntricos de Reino Unido. La diplomacia de Alex Ferguson ya fue sustituida por el mal humor de José Mourinho. El portugués que tiene humor de hooligan entrena al Chelsea-ruso de Román Abramóvich.

 

La última noticia que recibimos desde Reino Unido sobre innovación política ocurrió en el siglo pasado, la tuvimos en voz y actuación de Tony Blair gracias a la aportación ideológica del académico Anthony Giddens. La Tercera Vía ofreció a los británicos dosis de moderación después de dos puntos de inflexión: la orfandad del periodo de Margaret Thatcher y la caída del Muro. Algo más, el carisma de Blair sirvió como puente transitorio hasta que se inmoló en Irak.

 

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El jueves, los británicos acudirán a las urnas en las que serán las elecciones más competidas desde la Segunda Guerra Mundial. No es la virtud de los candidatos la materia prima atractiva a elegir, es el cansancio del bipartidismo (europeo) el que incentiva al electorado a votar no por los de siempre.

 

En 1951 tories y laboristas obtuvieron 96% de los sufragios; en 2010, 65%; y el año pasado durante los comicios europeos, 60%. Hoy, entre los nacionalistas escoceses (SNP), los de la Independencia del Reino Unido (UKIP) y los verdes se llevarían el 25% de los votos. Si al anterior esquema se integra el dato que revela un empate técnico entre tories y laboristas, entonces se comprende que ninguno de los dos partidos obtendrá mayoría absoluta por lo que se verá obligado a pactar con alguno de los tres anteriores partidos más el liberal, actual socio de Cameron.

 

En mayo de 2015, por primera ocasión, ni tories ni laboristas ganaron las europeas, lo hizo el UKIP, un partido eurófobo y antiinmigrante. Algo ha cambiado en Reino Unido que ni David Cameron ni Ed Miliband (candidato laborista) han logrado comprender. Cameron decidió correr hacia la derecha para evitar un transvase de votos de su partido al UKIP. De ahí la promesa que lanzó hace dos años: en 2017 organizará un referéndum para medir la temperatura británica sobre la Unión Europea: ser o no ser europeo. Ahora, durante la campaña, Cameron intenta no recordar su promesa por las divisiones que ha generado en el interior de su partido. El tema que ha conducido las campañas electorales de todos los candidatos es la inmigración.

 

La tasa de desempleo en Gran Bretaña es de 6% y el PIB per cápita es de 38 mil 309 dólares (más de medio millón de pesos anuales) pero el miedo de perder el trabajo entre la población está sobre la mesa de debate: dos de cada tres británicos están a favor de cerrar las puertas de su país a los inmigrantes. Cameron, al medir el pulso público ha lanzado la promesa de detener el “turismo de prestaciones sociales”. Por cierto, una propuesta del UKIP.

 

De acuerdo a una encuesta de The Guardian sólo 16% de jóvenes entre 18 y 24 años votará el jueves. A ellos el bipartidismo les aburre. Tal vez ya votaron el sábado pasado cuando Mourinho obtuvo el título de la Premier League.