Empotrar un perfomance perverso del Estado Islámico en el aparador de la tienda de experiencia Hermès, en rue du Faubourg Saint-Honoré de París, representaría una expresión estética contemporánea del choque cultural entre una teocracia o califato y una economía de mercado que se oxigena a través del consumo; usar un arma Kaláshnikov en la Place des Vosges se convertiría en un ornamento apocalíptico debido a la máxima atmósfera placentera de un pasaje parisino; las amenazas de muerte en contra del escritor Michel Houellebecq se convierten en el máximo ridículo de la ignorancia. Pero al haber asesinado a integrantes de la ya reconocida “generación Bataclan”, que se encontraban disfrutando de productos lúdicos, es una muestra terrorista en contra del proceso multicultural, o si se prefiere, de la evolución transcultural de la globalización. No es sólo contra París, es contra la racionalidad.

 

El choque de estéticas en París potencia las anomalías culturales a un grado inigualable en el mundo. No es París la que potencia sus sucesos, es su cultura quien lo provoca.

 

Muchos cibernautas (mexicanos) han expresado su indolencia e ignorancia al comparar a “nuestros” muertos con “sus” muertos; “nuestro Ayotzinapa” con “su Bataclan”. Como si la muerte distinguiera pasaportes; como si la crueldad se encargara de gestionar entierros o incineraciones; como si la civilización tuviera las áreas premier, VIP y turista. El nacionalismo ramplón nos revela como una cultura miope, etnocéntrica y limitada. No traslademos responsabilidades a nuestra clase política porque estaremos sorteando nuestras responsabilidades. Somos nosotros quienes despreciamos las noticias que provienen de Líbano; de los golpes de Estado en Egipto; de los ataques miserables de Boko Haram. No es el presidente Peña el que nos dice que no leamos páginas de internet centroamericanas ni asiáticas. Somos nosotros a quienes por flojera, desinterés o valemadrismo no nos interesa estudiar los rasgos de Al Baghdadi. No es el secretario de Gobernación quien nos impide estudiar las características religiosas de chiitas y sunitas. Consumimos lo que nos propone el noticiero de barrio pues nos advierte no circular por la esquina de Reforma e Insurgentes debido a los encharcamientos, manifestaciones o acumulación de automóviles.

 

Nos enteramos del cerco al multiculturalismo sólo cuando existen las tragedias (fin de un capítulo) y dejamos a un lado la comprensión de sus orígenes.

 

¿Quiénes ganan con los atentados?

 

Es probable que las víctimas de los atentados del pasado viernes hayan observado en su momento videos de decapitaciones ejecutadas por los hombres de Al Baghdadi. Un déjà vu fue detonado al ritmo de las balas que ingresaban a los cuerpos de las víctimas. Esa experiencia es incomprensible porque es anómala.

 

Gana el Frente Nacional y todos los partidos políticos islamófobos. Los millones de refugiados sirios que se encuentran en proceso de aceptación en los 28 países de la Unión Europea son las primeras víctimas. François Hollande ha tenido que girar a la derecha para no perder la agenda de seguridad que tanto desea Marine Le Pen. Gana su primer ministro, Manuel Valls, experto en correr de Francia a gitanos. Pierde Angela Merkel con su acto generoso de haber abierto la frontera de su país a un millón de refugiados. Gana Vladimir Putin porque regresa con fuerza al escenario internacional. A dos manos, y de manera simultánea, se quita a la OTAN de su camino (Hollande apeló hace algunos días en la Asamblea al artículo 42.7 del Tratado de la UE y no al ejército de la OTAN para solicitar apoyo en la guerra) y se hace aliado de Francia. Gana Obama porque el pacto con Irán cobra sentido ya que obtiene a un interlocutor del sirio Bachar al Asad. Gana Israel porque justifica su guerra asimétrica en contra de Palestina: los sunitas de Hamás y los chiitas de Hezbolá se han dado la mano en más de una ocasión.