Es la última oportunidad para congelar un conflicto que suma muertos por hora desde abril pasado: cinco mil 300. La reunión será mañana en Minsk, Bielorrusia.

 

Entre Putin y Poroshenko, Merkel y Hollande; entre Rusia y Ucrania, la OTAN.

 

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De la brumosa batalla surgen dos frentes: Vladimir Putin y la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Poroshenko es una simple anécdota a la caída de Yanukovich.

 

Desde Washington, los republicanos piden sangre justo en el momento en que Francia y Alemania intentan utilizar a la diplomacia como recurso del smart power. Obama no descarta utilizar herramientas no diplomáticas.

 

¿La OTAN en el siglo XXI? ¿Los hipernacionalismos como el ruso sobreviven a la muerte del siglo XX? Lo más claro de la zona brumosa es que el planeta no ha logrado asimilar el cambio de siglo de manera homogénea, o si se prefiere, la Historia nunca tiene fin como lo aseguraba Francis Fukuyama.

 

La OTAN tiene que ser considerada como una creación de laboratorio. Si bien es cierto que nació en 1949 con basamento de asociación política, fue seis años después, a través del Pacto de Varsovia, cuando la OTAN formó su auténtico rasgo de vida: sostener la irrupción soviética hacia occidente. Más que un muro de contención, un ejército con rostro europeo pero con pulmones estadunidenses. Es el ejército de la Guerra Fría quien vio desmoronarse a la Unión Soviética y al Muro de Berlín.

 

El 11 de septiembre de 2001 dio inicio el siglo, y con él, la OTAN pasaría a la sala del museo de la historia de la Guerra Fría. Por fin las estampitas del mapamundi no tendrían que reimprimirse cada seis meses; por fin los ejércitos se convertirían en grupúsculos menores. Pero no fue así. El museo es un parque temático de horror.

 

Del otro lado los hipernacionalismos son una especie de videojuego en el que dinosaurios escapan de meteoritos. Entonces, ¿qué es la Unión Europea sino un conglomerado de nacionalismos light en pro de la paz?

 

En efecto, la OTAN y la Unión Europea no pueden cohabitar; frente a la evolución del proyecto transcultural, el sistema de la OTAN es inorgánico mientras que el de la Unión Europea es orgánico.

 

El estratégico error de Bruselas fue haber amenazado a Putin con la adhesión de Ucrania al club europeo en tiempos de Yanukovich. Escenario imposible por la inmadurez de sus instituciones democráticas y por el elevado índice de corrupción. El presidente ucraniano dijo sí a un acuerdo comercial pero después se desdijo apostando por estrechar la relación política con Moscú. Su ambivalencia lo debilitó y en un extraño golpe de Estado en su contra, que al día de hoy no se ha esclarecido, escapó a Rusia.

 

El segundo error de Bruselas (no de la Unión Europea sino de la OTAN) fue táctico: amagar con el posible ingreso de Ucrania a la Alianza del Atlántico. Putin se las cobró. Liberó su discurso hipernacionalista sobre Crimea apelando a la física de la demografía rusa: cayó a su favor por su propio peso étnico. En Donetsk y Lugansk la ley de la gravedad juega en su contra. De ahí las batallas prorrusas frente al ejército de Poroshenko.

 

No es difícil pensar que, ayer en Washington, Angela Merkel (la interlocutora de más confianza para el presidente ruso) le haya explicado a Obama que la mejor forma de negociar con un hipernacionalista como Putin es eliminarle de su radar sus propios miedos del siglo XX: la OTAN lejos de Rusia y evitar que ingrese Ucrania a la Unión Europea.

 

De regresar la tranquilidad a Donestk y Lugansk, los Cascos Azules se encargarán de reinstaurar la cotidianidad. No es demasiado. Poroshenko puede dar más autonomía a las regiones en conflicto. No son Crimea pero tampoco Kiev. Las consultas demoscópicas son clave y repartirán consensos a prorrusos y ucranios.

 

El reloj está en marcha: diplomacia o armas.