Las elecciones en Estados Unidos son las únicas que despiertan interés global porque sus efectos son globales. Si su esencia es global, el mundo entero debería de tener la oportunidad de votar (utopía política).

 

Hemos llegado a un punto un tanto paradójico: el entorno tecnológico es intangible mientras que el comercial es dinámico. A pesar de las dos revoluciones, la tecnológica que ha empequeñecido al mundo a través de la comunicación en tiempo real, y la comercial que trastoca a todas las balanzas comerciales del mundo, la soberanía se impone porque es la principal variable de control de las naciones.

 

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Seis años atrás, durante las elecciones presidenciales, el mundo tuvo la intención de votar por Barack Obama por dos razones: la ideología adherida a los conservadores se endureció a partir de los ataques terroristas a Nueva York y Washington del 11 de septiembre de 2001.

 

El elemento tangible con el que la administración del presidente Bush gobernó fue el Acta Patriota, la auténtica Constitución con la que degradó la libertad entre los estadunidenses y con la que agredió a ciudadanos iraquíes de forma irresponsable. Al día de hoy el espíritu del Acta Patriota continúa con vida. Los papeles de Snowden así lo testifican.

 

 

La segunda razón por la que el mundo intentó votar por Obama tuvo que ver con su personalidad y origen étnico. Su victoria reveló la fortaleza de un país como Estados Unidos en donde el sueño es la mejor guía del esfuerzo. Un país auténticamente lleno de oportunidades.

 

Seis años después podemos ver a un Obama radicalmente distinto.

 

Hace un mes, en la Universidad Northwestern, el presidente Obama recordó a los estudiantes que se encontraban muy atentos escuchándolo en su conferencia: “Yo no estoy en las boletas electorales pero mis políticas sí lo están”. Frase desafortunada para Obama porque de ella se desprende la verdadera naturaleza de lo que se juega en las elecciones: un plebiscito sobre sus seis años de gobierno.

 

El objetivo del Partido Republicano es recuperar la mayoría del Senado y mantener el statuo quo en la Cámara de Representantes. En ésta tiene la mayoría con 233 escaños y espera que hoy crezca la cifra mientras que en el Senado, espera ganar seis escaños más de los que tiene para someter a los demócratas.

 

No tendría que sorprendernos que los republicanos ganen el control del Senado. Desde 1934 los opositores barren en las elecciones intermedias. Sólo en dos ocasiones ha ocurrido lo contrario; que el partido en el poder gane: 1998 y 2002. En el primer caso fue mérito del entonces fenómeno llamado Bill Clinton, mientras que en 2002 acababan de ocurrir los ataques terroristas por lo que los estadunidenses cerraron filas con su presidente.

 

¿En dónde está la debilidad de Obama? En la comunicación. Paradójico pero cierto. Ha quedado claro que lo suyo son las campañas presidenciales. Hace seis años asimiló en su personalidad la revolución de la comunicación cosificada en el BlackBerry. Con la camisa arremangada y tecleando su teléfono, Obama encarnó el cambio generacional. Mientras que los republicanos continuaban pensando en costumbres anquilosadas, Obama tuiteaba su revolución.

 

Pero una cosa son las campañas y otra la administración de la cotidianidad. Obama falló en la estrategia de negociación con los congresistas opositores. Obama supo que el andamiaje político de su país reposa sobre los equilibrios del poder.

 

Obama sabía que las crisis económicas siempre cobran fractura al inquilino de la Casa Blanca, sea rojo o colorado. Los sentimientos no saben de ideología, lo único que saben es castigar al presidente por el debilitamiento de la economía. En el radar de Obama estuvo el problema. Pensó, quizá, que con su sola figura de premio Nobel detonaría la confianza necesaria entre los ciudadanos: Obama no es un negociador.

 

Obama tampoco incluyó en sus proyecciones de gobierno la crisis del sistema político internacional. Sabía muy bien que el ala extremista de sus opositores, el Tea Party, se convertiría en la segunda personalidad de los republicanos. Es decir, y en cuestión de tácticas, la fragmentación del Partido Republicano les redujo el espectro a los demócratas.

 

A partir de mañana veremos el florecimiento del lame duck, el pato cojo. La expresión lúdico-metafórica sobre el debilitamiento del presidente en turno, en Estados Unidos, que lo único que desea, en este caso Obama, es que el tiempo corra rápidamente para concluir su administración.