Los resultados de las elecciones del domingo no sólo modelarán el futuro inmediato de 11 millones de griegos; en ellos subyace la naturaleza plebiscitaria sobre la arquitectura monetaria de la Unión Europea. Poco importa que el comercio heleno mueva sólo el 2% de la Unión Europea, se trata de refrendar o no la idea económica de Angela Merkel, la mujer más poderosa de Europa y la creadora del modelo monetario que lleva implementando el Banco Central Europeo (BCE) desde el comienzo de la crisis.

 

No hay política sin tragedia griega; el tsunami de la desideologización llegó a Atenas el día en que Yorgos Papandréu (del centro izquierda Pasok que obtuvo la mayoría absoluta en las elecciones de 2009) llamó a una consulta en noviembre de 2011 para expiar sus “pecados” después de haber lanzado un SOS a la troika (Banco Central Europeo, Comisión Europea y Fondo Monetario Internacional) para ser rescatado de la tragedia.

 

FMI

 

¿Quiere usted que continúe la política de austeridad promovida por la troika o imprimimos dinero y lo dispersamos desde un helicóptero a todo el país, claro, renunciando al euro y regresando al dracma? Probablemente fue la última pregunta que pasó por la cabeza de Papandréu antes de recibir la orden de renuncia desde Bruselas. Papandréu avisó a la Unión Europea su intención de lanzar la convocatoria plebiscitaria y los ciudadanos griegos le aplaudieron. No le dio tiempo y Pasok entró a terapia intensiva, sala en la que permanece el día de hoy con el 2% de intención de voto.

 

Nueva Democracia, centroderecha y actual gobernante con Andonis Samarás como primer ministro, se ha desgastado entre el jaloneo ideológico y de las calles dejando a Syriza (izquierda radical) ubicarse en el primer sitio de las encuestas con miras a las elecciones del domingo. En el escenario de la victoria, Alexis Tsipras (Syriza) podría dar un vuelco a los efectos inerciales de la troika en caso de que cumpla con sus planes keynesianos. Conforme se han ido acercando las elecciones Tsipras ha ido aplicando una especie de lifting a las amenazas que dirigió a Samarás dos años atrás: salir de la eurozona. Para Tsipras, revivir el dracma representaría eliminar a la política de austericidio modelada por Berlín.

 

Entre los más recientes ejercicios demoscópicos, Syriza cuenta con el 34% de los votos, entre cuatro y cinco puntos porcentuales arriba de Nueva Democracia. Con un bono de curules con los que la Constitución premia al ganador, la izquierda radical se llevaría 144 de los 300 escaños, lo que le obligaría a pactar con algún otro partido. De quien no se esperaba Tsipras un empujón es del Banco Central Europeo. Al anunciar la lista de supermercado de bonos con un valor superior al billón de euros para inducir a una inflación, Tsipras sale a los medios de comunicación para decir: se los dije, esa era una de mis peticiones.

 

Pablo Iglesias, el nuevo superhéroe de la política española (Podemos) ayer levantó la mano a Tsipras durante un evento de campaña para lanzar un estribillo: “Rajoy y Samarás son ya parte del pasado”. Vitaminas a 72 horas de la elección se agradece, y más si las obsequia el Banco Central Europeo. Aunque la lectura de Samarás es la opuesta a Tsipras. No se preocupen, voten por mí porque ya hice cambiar de decisión al BCE. Samarás tiene razón. El BCE hizo las veces de un acto de campaña a su favor.

 

Desde Francia, a la ultraderechista Marine Le Pen le emociona una posible victoria de Tsipras. ¿El mundo al revés por un acuerdo emocional entre la ultraizquierda y la ultraderecha? No, la realidad es que los extremos se juntan.