Al parecer, los partidos se han quedado sin activos frente a la población. Entre sus múltiples pasivos sobresale la desconfianza de una sociedad que los racionaliza como un mal necesario.

 

En efecto, el hartazgo de la sociedad europea mina el recorrido cómodo de los históricos bipartidismos. Lo hizo Syriza al dejar atrás a los centristas Nueva Democracia (conservador) y Pasok (socialdemócrata). En Francia y Gran Bretaña, el Frente Nacional y el de la Independencia de Reino Unido, respectivamente, subyugaron al tradicional modelo de partidos durante las pasadas elecciones europeas celebradas en mayo.

 

Ahora le toca a España: Podemos y Ciudadanos le han quitado poco menos de 50% de la intención de votos al Partido Popular (PP) y Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Si en las elecciones generales de 2011 el bipartidismo (PP y ) sumó 73.3% de los votos, hoy sólo obtendrían 42.7% entre los dos: 21.9% para el PSOE y 20.8% para el PP (encuesta de Metroscopia para el periódico El País, 12 de abril). Hacia finales de año habrán elecciones y los partidos emergentes están obligando a Mariano Rajoy y Pedro Sánchez (líder del PSOE) a cambiar la retórica costumbrista de echarse la culpa entre ambos.

 

psoe

Rajoy ya no puede señalar a Zapatero como el culpable de la situación económica que le heredó para lograr su reelección, ahora es Podemos quien le recuerda a los ciudadanos el impacto que ha tenido la política de recorte de gasto del PP en varios sectores, como por ejemplo, el cultural, donde Rajoy decidió aplicar un impuesto de 21%.

 

Podemos ya es un duro rival para el PSOE (compite por el mismo segmento ideológico) mientras que Ciudadanos vende un discurso centrista con el que intenta quitarle votos al PP; su líder, el joven catalán Albert Rivera, es el mejor evaluado por los españoles. El 53% de ellos lo aprueba frente a 25% de Rajoy. A Pablo Iglesias, figura icónica de Podemos, sólo lo apoya 29%. Su figura se ha desgastado súbitamente por su obsesiva presencia en programas de debate (basura) en la televisión. Si al inicio su frecuente exposición le ayudó a posicionarse entre los españoles (97% lo conoce contra 77% de Albert Rivera) ahora su imagen se ha desgastado.

 

No hay nada más demoledor para la democracia que el hartazgo y la decepción acumulados. La ruptura no formal entre Mariano Rajoy con los catalanes provocó el alboroto nacionalista del presidente autonómico Artur Mas. Su formación, Convergència, que nunca había sido proclive hacia la independencia de Cataluña, ahora ha perfilado una hoja de ruta hacia ella.

 

En septiembre habrá elecciones en Cataluña y su naturaleza será plebiscitaria. Los dos partidos con mayores intenciones de voto, Esquerra Republicana y el propio Convergència, pedirán la independencia. Y Rajoy, como si nada. Continúa ignorando a los catalanes. Algunos políticos de su partido han decidido atacar a Ciudadanos a partir de la xenofóbica lanza en contra de Albert Rivera: es catalán. Y la catalanofobia es un producto exitoso que vende el PP para cazar a adeptos.

 

Se suele criticar a la liga de futbol español por el duopolio de la fuerza competitiva en los pies de los jugadores del Barcelona y Real Madrid. Algo sucedía en la política desde que inició la etapa constitucional. Pero ahora existe un cuádruple empate donde las estructuras del PSOE y el PP han quedado momificadas junto a las juveniles formaciones de Podemos y Ciudadanos.

 

Es la juventud quien desea otra España.