José Mujica escapa de la retórica y ese es el momento en el que cautiva al mundo cansado de los mismos discursos pero motivado por la frescura de los tuits. Mujica lo hace no una sino muchas veces. Más que un presidente, Mujica parece ser un analista político, en ocasiones deslenguado. Es analista porque no tiene rasgos de diplomático; es intervencionista porque no es etnocentrista. Critica a “la gorda” de Cristina Fernández y al “tuerto” de su marido (el fallecido Néstor Kirchner); enojado por la sanción que la FIFA le impuso a su coterráneo Luis Suárez durante el Mundial pasado, Mujica describió a Blatter como “un mafioso”.

 

¿Y a México? A México lo rozó diplomáticamente al describir su gravedad social (y política) con un: “Estado fallido”. Para Mujica no existen los matices. Sobre todo cuando habla del narcotráfico. “Ningún país latinoamericano que ha luchado contra él, ha ganado”, declaró Mujica al periódico El País de Uruguay la semana pasada.

 

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Mujica ha colocado a Uruguay en la pantalla global. Su país, con poco más de tres millones de habitantes, ha visto reducir la pobreza de 40 al 10.5% en una década. Los 10 años que ha gobernado el Frente Amplio con Tabaré Vázquez y el propio Mujica. En esa década la riqueza se ha triplicado y el desempleo ha caído del 19.5 al 6.5%. Uruguay cuenta con el PIB per cápita más elevado de Latinoamérica: 16,834 dólares anuales.

 

Luis Lacalle, opositor del Frente Amplio en la segunda vuelta del domingo pasado, realizó una campaña electoral con guante blanco: reconoció el liderazgo de Mujica, y su promesa más lúcida, fue la de continuar con el trabajo del exitoso presidente uruguayo. La belicosidad que incentiva el marketing político se estrelló durante las dos vueltas que concluyeron con la victoria de Tabaré Vázquez. El tema de la corrupción no tuvo entrada porque no forma parte de la agenda. ¿Uruguay, el Luxemburgo latinoamericano?

 

Tal pareciera que la voz de Mujica es la de Pepito Grillo. Su voz en off narra las barbaridades del mundo para culminar con revelarnos su conciencia humanística. Mujica es un narrador que, con micrófono global en mano, va describiendo lo que ve, pero sobre todo lo que piensa. Es decir, José Mujica dice lo que a la gente le gusta que le digan pero sobre todo, el presidente de Uruguay dice lo que la gente piensa, no siempre dice y casi siempre tuitea.

 

El ascenso de Mujica ocurre en el peor momento de la confianza que tiene la sociedad global sobre la clase política. Hollande: 12% de popularidad; Rajoy: 13% de apoyo; Peña Nieto: 39% de aprobación; Mujica: 70% de popularidad.

 

A la lucha contra el narcotráfico en Latinoamérica Mujica le dedicó un epitafio en el momento en que su partido promovía en el Parlamento la legalización del consumo de la mariguana.

 

A Mujica no lo empequeñecen esos dos enormes planetas que gravitan alrededor de Uruguay: Brasil y Argentina. Tampoco cayó seducido en los brazos de Hugo Chávez. Su biografía repele cualquier tipo de demagogia que le intente poner el pie.

 

Tabaré Vázquez tiene que estar agradecido con la figura de Mujica porque le llenó las urnas el pasado domingo. Lo difícil para Tabaré comenzará el 1 de marzo de 2015, cuando Mujica le traspase la presidencia. El Pepe, como conocen a Mujica será senador y los reflectores pondrán celoso al presidente. No hay peor motor en los celos que las comparaciones. Mujica o Tabaré.