Evo Morales no esconde el principal defecto de quien se cataloga como demócrata: no le gusta debatir (El País, 4 de octubre). Tampoco rechina los dientes cuando su discurso revela a un demócrata inconsistente: admira a dictadores porque en ellos alimenta su retórica anti estadunidense.

 

En la narrativa de Evo, el candidato, existe un mapa humano en el que su mano se alza para encontrar la mano de la oposición: “Usted lanzó un mensaje a la oposición, de trabajar juntos. ¿Incorporaría a alguien de la oposición?”, a lo que Evo respondió (ya como ganador): “Próximamente habrá un cambio de gabinete. Qué mejor para una nueva gestión. Eso es normal. Pero yo llamo a trabajar de manera conjunta y a terminar con la confrontación. Nuestro pedido es que (la oposición) haga propuestas” (La Tercera de Chile, 14 de octubre). La realidad es que su narrativa es banal. Carece de gramaje político.

 

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¿Acaso fue electo Evo para que gobernara con las propuestas de la oposición? Es Morales quien tendría que establecer una cita con la oposición para revisar aquellos puntos que le gustaría llevar a su gobierno. Pero la retórica hace las veces de una salida de emergencia.

 

La sorpresa no fue su aplastante victoria sino los reflejos de la prensa que articula la siguiente pregunta: ¿Se reelegirá en cinco años?

 

La rentabilidad de Evo Morales la encuentra en la réplica de discursos de Hugo Chávez. La palabra “lacayo” fue repetida en muchísimas ocasiones por el entonces presidente venezolano.

 

La buena noticia para la Alianza del Pacífico fueron las críticas vertidas por Morales desde la soberbia que le otorgó su tercera reelección. Morales ya mostró su línea de política exterior que usará durante los próximos cinco años: tratar de tomar la estafeta de Chávez para usarla como bandera regional. “Los presidentes de la Alianza del Pacífico son lacayos del imperialismo”, sentenció Morales a La Tercera.

 

Frente al libre comercio, Morales nuevamente expresa su afinidad con la banalidad: “La Alianza del Pacífico es libre mercado. Nosotros proponemos comercios, complementariedad y solidaridad. Para nosotros es más importante el mercado regional, porque nos da soberanía”. Sus expresiones se conforman de eufemismos del libre mercado pero sobre todo de contradicciones. La cesión de soberanía también ocurre aunque se trate de integración en mercados regionales. No existe cesión de soberanía diferenciada.

 

Para los europeos, la cesión de soberanía es más que una buena noticia, se trata de un seguro en contra de guerras. Así lo pensaron Jean Monnet y Robert Schuman, entre muchos otros de los fundadores de lo que hoy es la Unión Europea. Qué más cesión de soberanía que acabar con el marco alemán o el franco francés. Pero en lo que Morales es claro es que todo el que comercia con Estados Unidos es un lacayo. Como si Bolivia no tuviera comercio con el país del norte. Otra inconsistencia.

 

La realidad es que la alianza entre México, Chile, Colombia y Perú fue inmune a los discursos chavistas y lo seguirá siendo. Se concentra en la obtención de economías de escala intrarregional y la asimilación cultural de los cuatro países. Es inmune a la liturgia de la ineficacia e incentiva las externalidades positivas en múltiples ámbitos.

 

La prueba de que en la actuación de Evo se observan los hilos de ficción es el comunicado que publicó su Ministerio de Exteriores: “Hemos sostenido conversaciones con la Cancillería mexicana, en la que ambos países refrendamos la voluntad de nuestros gobiernos de continuar estrechando lazos de diálogo, amistad y cooperación entre nuestros pueblos hermanos”, señalaron los funcionarios bolivianos (El Universal, 16 de octubre).

Me parece que la cancillería mexicana bien pudo romper el soufflé banal del presidente Morales porque en el ecosistema de la Alianza del Pacífico existen rasgos progresistas de enorme importancia que trascienden al ámbito comercial. Lo que tendría que explicar la cancillería mexicana es que la cesión de soberanía también es un guiño solidario, un reconocimiento al fenómeno transcultural como un elemento que enriquece y no empobrece. Para no ser lacayos de nadie lo mejor es integrarse para sumar ventajas comparativas.

Pero a Morales le gusta más parecer (a Chávez) que ser auténtico. Le ha dado rentabilidad y por lo tanto no cambiará. Prefiere ser lacayo de la banalidad.